lunes, 13 de febrero de 2017

RUSSELL Y LA FILOSOFIA MATEMATICA


Filósofo, lógico, matemático, escritor y propagandista británico, considerado como uno de los pensadores principales del siglo XX, abanderado del empirismo, el escepticismo y la defensa de la ciencia, cuando sin embargo su figura también podría interpretarse como la de uno de los metafísicos más radicales del pasado siglo, si nos atenemos a ciertas distinciones filosóficas tradicionales. De origen eminentemente aristocrático (su padre fue John Russell, vizconde de Amberley y de Katrine Louisa Stanley; su abuelo por parte paterna, lord John Russell, primer conde de Russell, fue dos veces primer ministro en tiempos de la reina Victoria; su abuelo materno, Edward Stanley fue segundo barón Stanley de Alderley), Russell tuvo un precoz interés por las cuestiones matemáticas y filosóficas, hecho seguramente influenciado por la soledad y reclusión a que le llevó la muerte de sus padres a temprana edad y la consiguiente educación rígida y conservadora por parte de su abuela. La transición del hogar paterno, abierto y liberal (su padre, que había sido buen amigo de Stuart Mill, se encontraba influenciado por las ideas de la Ilustración), a la residencia de su abuela, que emanaba puritanismo victoriano por todos los poros, marcada por tanto por rígidas costumbres morales y religiosas, convirtieron al joven Russell en un niño tímido, solitario y retraido. Pasando muchas horas en la biblioteca de su abuelo, o en los jardines de la casa no teniendo nada mejor que hacer, el joven Russell comenzó a pensar de un modo crítico sobre las costumbres morales y religiosas tradicionales que le rodeaban, demasiado arcaicas y opresivas para su gusto. No obstante, por miedo a la exclusión, no compartió con nadie estas reflexiones, escribiéndolas posteriormente en escritura fonética y alfabeto griego con el fin de «encriptarlas» de cara a los demás.

Sin ir al colegio, la educación del joven Russell fue encomendada a diversos tutores y preceptores. En su Autobiografía el pensador inglés cuenta cómo uno de los hechos que más marcaron su infancia fue el estudio, gracias a su hermano, de los Elementos de Euclides, cuya exposición sistemática y deductiva, así como la presencia de ciertos axiomas «no demostrados», marcaría el desarrollo de su pensamiento de por vida, llegándolo incluso a alejar del suicidio en algunos momentos depresivos de su juventud. El amor por las matemáticas le condujo a ingresar para su estudio en profundidad en el Trinity College de Cambridge. En el ambiente universitario, Russell fue perdiendo su inicial timidez para comenzar a expresar a ciertos compañeros sus ideas e inquietudes filosóficas. En el cuarto curso de sus estudios en Cambridge, Russell conoció a G. E. Moore, cuyas ideas acerca de la moral y los valores objetivos le llegaron a influir mucho durante cierto tiempo, antes de abrazar con posterioridad una ética de cuño utilitarista, cada vez más cercana al relativismo y el subjetivismo con el paso de los años.

La vida personal de Russell es, para algunos biógrafos y estudiosos de su figura, casi tan interesante como su obra teórica; encarcelado dos veces por protestas pacifistas (la segunda vez a los 89 años), sufriendo cancelamientos de contratos y persecuciones académicas por parte de prestigiosas universidades. Así, sufrió problemas en 1916 en el Trinity College de Cambridge, en 1940 en el City College de Nueva York, y en 1943 en la Barnes Foundation de Filadelfia. En el caso del City College de Nueva York, Russell fue incluso sometido a un inquisitorial juicio por sus ideas libertinas e impías, que le incapacitaban ser un docente según muchos sectores cristianos de la sociedad. El pensador británico comparó su juicio con el de Sócrates, también acusado de ateísmo y de corruptor de menores. Sin embargo, su juicio tuvo consecuencias menos trágicas que las del filósofo griego, limitándose a la prohibición de enseñar en esa universidad. Ese mismo año, con la publicación de An Inquiry into Meaning and Truth, Russell añadió irónicamente en la sección dedicada a su larga lista de distinciones y honores académicos: «Judicially pronounced unworthy to be Professor of Philosophy at the College of the City of New York».

Russell fue un conocido polígamo simultáneo y sucesivo que no tuvo reparos en escandalizar tanto con sus ideas, como con sus actuaciones, a grandes sectores de la sociedad durante toda su vida. En efecto, en su vida afectivo-amorosa, habiéndose casado cuatro veces y teniendo tres hijos, reconoció haber mantenido relaciones (o conexiones, para ser más precisos) con un gran número de mujeres a lo largo de su vida. Con su segunda mujer, Dora (conocida posteriormente por su actividad pacifista, progresista y feminista), viajó a Rusia y China, resultando de ambos viajes importantes reflexiones por parte de Russell, como pueda ser el desprecio a la figura de Lenin y a la revolución bolchevique. Con Dora abrió una escuela privada, Beacon Hill, en la que la pareja aplicó unos postulados tan progresistas y revolucionarios que llevaron a la escuela al desastre. Es interesante mencionar también que Russell y Dora, firmes creyentes de la naturaleza polígama del ser humano, acordaron que ambos pudiesen tener conexiones eróticas con otras personas, pacto que se rompió al quedarse Dora embarazada dos veces del mismo amigo periodista, Griffin Barry. Este curioso evento llevó a Russell a dejar a Dora por Patricia Spence, una de sus estudiantes de Oxford que ejercía de institutriz de sus hijos desde 1930. Patricia, cerca de 40 años más joven que Russell, tuvo con con él a Conrad Sebastian Robert Russell, famoso historiador y eminente figura del Partido Liberal Democrático. Después de una tormentosa relación la pareja se separó en 1949, divorciándose finalmente en 1952. No obstante, Russell, aun contando ya con 80 años, pero todavía sintiéndose en posesión de un espíritu joven y primaveral, se casó inmediatamente con Edith Finch, su cuarta y última mujer.

Aunque Russell fuese encarcelado dos veces a lo largo de su vida y sufriese una puritana caza de brujas en algunas universidades, tuvo un enorme reconocimiento y fama pública. Después de los incidentes universitarios en Estados Unidos, Russell fue mimado por su país en 1949 con la prestigiosa Orden al Mérito inglesa. En 1950, Russell, con su Orden al Mérito aún caliente, recibe el Premio Nobel de Literatura, alcanzando una fama internacional aun mayor, aunque por aquel entonces Russell no había escrito aún ninguna obra de ficción, pero motivos ideológicos, debido a la ausencia de un Premio Nobel de Filosofía, llevaron a esta concesión. En 1957 recibió también el Premio Kalinga a la divulgación científica.

Sin embargo, a nivel social, la faceta más conocida de Russell resulta con casi toda probabilidad la de su intensa labor como pacifista, ejerciendo una intensa labor pública en la Primera Guerra Mundial, en la Guerra de Vietnam o ante el desarme nuclear, junto con gente de la talla de Einstein, el cual, desde que alcanzó la fama, se metía más cada vez en asuntos de índole filosófica, y no siempre con acierto. No obstante, no es preciso pensar que Russell fue un convencido pacifista a lo largo de su vida, ya que nada más y nada menos que al acabar la Segunda Guerra Mundial recomendó hacer una «guerra preventiva» contra la Unión Soviética antes de que ésta obtuviese la bomba atómica, cosa que consiguió finalmente en 1949, convirtiéndose por tanto en el segundo país de la historia responsable de la detonación de un artefacto nuclear. Algo parecido podría decirse de su liberalismo económico o político. El propio Russell, al final de su vida, reconocía lo siguiente:

Me he imaginado a mí mismo a veces como un liberal, a veces como un socialista, o a veces como un pacifista, pero nunca he sido ninguna de estas cosas, en ningún sentido profundo. Siempre el intelecto escéptico, cuando más lo he querido acallar, me ha susurrado dudas. (Russell, B., The Autobiography of Bertrand Russell, George Allen and Unwin, New York, 1998, pág. 260).

La fama pública de Russell pudo comprobarse nuevamente en las necrológicas de periodistas, ideólogos o filosófos con ocasión de su muerte. No ocurrió, por ejemplo, como con otro «titán» del siglo XX que también vendió millones de ejemplares de sus libros: Marvin Harris, cuya muerte fue en gran parte silenciada por una prensa alérgica a elogiar a un autor que tuviese relación con las palabras «materialismo» o «marxismo», aun años después de finalizada la Guerra Fría. En España, Javier Muguerza comentaba así la noticia de la muerte de Russell:

«La desaparición de la entrañable figura de Bertrand Russell ha conmovido a la opinión mundial como probablemente ningún otro pensador contemporáneo podría haberlo hecho.» (J. Muguerza, «Adiós a Bertrand Russell», 1970.)

No hay que olvidar tampoco que Russell aparecía con normalidad en periódicos y publicaciones del franquismo, pues, aunque el pensador británico fuese enérgicamente anticlerical y antirreligioso, las autoridades o ideólogos correspondientes siempre podían rescatar al Russell anticomunista, en el contexto de la Guerra Fría, o al Russell empirista y divulgador científico, en el auge de expansión de la ideología positivista o cientificista.

No obstante, es cierta la acusación de que otros autores, como Wittgenstein, han sido objeto de muchos más estudios en España que Russell. Muguerza, en su nota necrológica afirmaba también:

«En nuestras Facultades de Filosofía pueden contarse con los dedos de una mano las tesis doctorales dedicadas a estudiar el pensamiento de Russell, y sobran desde luego los de las dos manos para contar las dedicadas al estudio de la filosofía analítica que Russell contribuyó a fundar a comienzos de siglo.» (J. Muguerza, J., «Adiós a Bertrand Russell», 1970.)

En 2013, muchos años después del fallecimiento de Russell, y varias tesis doctorales y estudios realizados sobre su figura más tarde, sigue habiendo un gran desequilibro entre los recursos académicos invertidos en analizar la obra de Russell frente a otros filósofos del siglo XX, varios de los cuales no existirían sin el propio Russell.

Los análisis políticos, éticos y sociales de Russell suelen oscilar entre el realismo y el psicologismo reduccionista, decantándose generalmente por este último. También es de interés señalar que el propio Russell nunca consideró a sus tratados sobre ética o política como verdaderamente filosóficos, aunque fueron estos escritos los que verdaderamente le dieron más fama. Ayer, profundo conocedor de la obra de Russell, concluía a este respecto que:

«Fue, pues, fundamentalmente a través de su actividad política y como propagandista social y moral que consiguió la fama mundial de que disfrutó hasta el final de su vida, pero es debido a su obra filosófica, y especialmente a la que consumó en su juventud y temprana madurez, que tendrá su puesto en la historia.» (A. J. Ayer, Bertrand Russell, University of Chicago Press, Chicago, 1998, pág. I.)

Sin embargo, la consideración de que los escritos éticos, sociales o políticos de Russell no son filosóficos carece de rigor a juicio de muchos críticos, ya que tan filosóficas son las ideas de libertad, destino humano, ética o felicidad, por desbordar las categorías científicas estrictas, como las ideas de ciencia, materia o conocimiento. En todo caso, de lo que no cabe duda es de que la obra filosófica de Russell es inmensa, abarcando varias decenas de libros y cientos de artículos. Con excepción de la estética, el filósofo británico trató acerca de los principales problemas de la filosofía a lo largo de una longeva y prolija carrera intelectual. En su ciclópea obra, en efecto, pocas materias científico naturales, sociales y filosóficas han quedado pendientes por tratar. Es por ello que se puede afirmar, sin temor a equivocarse, y como ya hemos sugerido, que la filosofía analítica y anglosajona del siglo XX, con Wittgenstein y sus discípulos a la cabeza, no existiría tal como la conocemos sin la obra de Russell. No obstante, el pensador inglés siempre estuvo preocupado por cuestiones ontológicas y metafísicas fundamentales, enfrentándose por ello a las posiciones más radicales del Círculo de Viena o de Wittgenstein que pretendían asesinar el grueso de la filosofía, dejándola únicamente como mero análisis de proposiciones científicas y crítica de las pseudoproposiciones metafísicas; un pasatiempo que, naturalmente, dejaba intactos multitud de problemas filosóficos esenciales a ojos de Russell.

Russell también fue ampliamente conocido por su filosofía de la lógica y de las matemáticas, disciplinas a las que dedicó varios libros, siendo el más famoso de ellos los Principia Mathematica, escrito en 1910 junto con A. N. Whitehead. Sin embargo, otras obras sobre este tema mucho menos famosas, como The Principles of Mathematics de 1903, revisten también un enorme interés filosófico. En todo caso, el intento de reducir las matemáticas a principios de la lógica simbólica por parte de Russell, siguiendo a Frege, fue visto pública y académicamente con un enorme recelo después de las críticas de Gödel y otros. Desde el materialismo filosófico, el criterio de demarcación entre la lógica y las matemáticas, consideradas como ciencias materiales y no formales, se basa en la distinción entre operaciones autoformantes y heteroformantes.

Sin duda, otra faceta muy conocida del pensador británico fueron sus fuertes críticas a la religión. Actualmente, pensadores como Dawkins, Dennett, Christopher Hitchens (fallecido en 2011) o Sam Harris –conocidos popularmente como «los cuatro jinetes del ateísmo» por gran parte de la prensa–, han protagonizado una penetrante moda editorial de libros contra las religiones que han rescatado gran parte de los argumentos clásicos de Russell a favor de la irreligiosidad y la inexistencia de Dios. Russell dedicó, desde el temprano comienzo de su andadura filosófica, un gran esfuerzo por tratar de analizar la religión y la idea de Dios, las cuales siempre estuvieron muy presentes en su dilatado itinerario intelectual. El pensador británico, desde su ontología contingentista, consideró que tanto la idea como la existencia de Dios eran posibles, considerándose, según él mismo, «agnóstico en la teoría pero ateo en la práctica». Esto lo situaría, a ojos de pensadores como Carnap o el primer Wittgenstein, como un metafísico clásico (o dicho de otro modo: Russell estaría más cerca de Popper que del positivismo lógico ante el problema de Dios). Pero el agnosticismo de Russell se presenta muy problemático, o incluso contradictorio, para algunos autores. Para aquellos que distinguen, siguiendo la tradición de Pascal a Carnap, entre el «Dios de los filósofos» y el «Dios de las religiones» (o entre el «Dios de las mitologías» y el «Dios de la metafísica»), el Dios de la teología cristiana, al estar vertebrado no sólo por categorías tomadas de la teología bíblica y dogmática, sino también, y de modo nuclear, por conceptos de la metafísica griega, presenta una problemática filosófica mucho más compleja que la de los dioses del Olimpo, las hadas, los elfos o una tetera, por lo que la comparación que hace Russell de Dios con estos entes no resultaría sino una frivolidad filosófica. Desde el materialismo filosófico, el agnosticismo de Russell resultaría contradictorio al sostener la posibilidad de la esencia de Dios, pero presentarse a la vez como problemática su existencia. El ateísmo esencial, al sostener la imposibilidad de la idea de Dios a través de la constatación de las contradicciones entre sus atributos, sostiene que la idea de Dios es, en realidad, una pseudoidea, como pseudoconcepto es el de decaedro regular. Las preguntas sobre si Dios existe o no parten ya de la esencia posible de Dios, posibilidad que es lo que tendrían que demostrar quienes realizan esas preguntas (que resultarían capciosas al demostrar, por hipótesis, la posibilidad de Dios, en tanto capcioso sería preguntar si el Ser necesario existe). Pero es esta posibilidad lo que niega el ateísmo esencial propio del materialismo filosófico, que se enfrenta por tanto no sólo al agnosticismo teórico de Russell, sino también al mero ateísmo práctico de la existencia (un ateísmo existencial que sólo tendría validez ante dioses ónticos finitos y posibles como los olímpicos). Conviene destacar que «los cuatro jinetes del ateísmo» se encuentran mucho más cercanos, como ocurría con Russell, del ateísmo existencial que del esencial (que a lo sumo atisban en tesis como la constatación de la contradicción entre Dios y el Mal).

Diversos criterios, no siempre compatibles entre sí, se han esbozado a la hora de tratar de presentar de modo sistemático la obra de Russell. En gran medida, puede afirmarse que el núcleo de la filosofía de Russell, pese a sus transformaciones a lo largo del tiempo, ha tendido casi siempre a vertebrarse en torno a las ideas tradicionales de mente y materia como ejes directrices. Esto no quiere decir, con ello, que la omnitudo rerum se divida para Russell en lo mental (psicológico) y lo material (físico). Más bien se trata de que en las diversas etapas de la filosofía de Russell, aun las que aceptan realidades ni físicas ni psicológicas (como puedan ser las esencias y relaciones matemáticas antes de su conversión al formalismo tautologista de cuño wittgensteniano), las principales ideas directrices para «poner en orden» el espacio ontológico y epistemológico siguen siendo las ideas de mente y materia. El propio Russell, en su autobiografía, nos cuenta que el inicio de su gran interés por estas ideas filosóficas vino determinado por la aversión irónica de su abuela hacia la metafísica (no traducimos el texto para no perder el juego de palabras que contiene en inglés):

«When she discovered that I was interested in metaphysics, she told me that the whole subject could be summed up in the saying: 'What is mind? no matter; what is matter? never mind.' At the fifteenth or sixteenth repetition of this remark, it ceased to amuse me, but my grandmother's animus against metaphysics continued to the end of her life.» (cfr. B. Russell, The Autobiography of Bertrand Russell, Vol. 1 “1872-1914”, Allen & Unwin, London, 1967, pág. 45)

Una gran dificultad que se presenta en la empresa de tratar de exponer de modo global la filosofía de Russell es la constatación, señalada por muchos autores, de que no hay un solo Bertrand Russell, sino «diversos» Bertrand Russell, dependiendo de la etapa de su biografía filosófica en que nos encontremos. El filósofo británico, en su testamento filosófico, My Philosophical Development, publicado en 1959, lo mismo que en su autobiografía, señala esta problemática, tratando de indicar las principales tesis filosóficas que ha cambiado, o mantenido, a lo largo de su extensísima carrera filosófica, así como los motivos de estos cambios o permanencias. Whitehead señababa irónicamente a este respecto que la obra de Russell era un diálogo platónico en sí mismo. En efecto, posiciones cristianas, deístas, agnósticas, monistas e idealistas, pluralistas y realistas fueron tomando, en un lugar u otro de su extensa carrera filosófica, la voz protagonista. Pero hay que desterrar la idea de que el pensamiento de Russell sea caótico, arbitrario o relativista; por el contrario, aunque es cierto que la filosofía del pensador británico pasa por varias etapas, éstas se limitan, en el fondo, a un número muy reducido. Además, hay que contar también con el hecho de que tanto la etapa deísta de adolescencia, como la etapa monista de juventud universitaria, apenas cuentan con escritos. La importancia de estas fases de su evolución filosófica es retrospectiva. Dicho de otro modo: si no fuese por el Russell pluralista y empirista que comienza a cristalizar después de su abandono del idealismo monista a partir de 1898, carecería de sentido ocuparse del «Russell cristiano», del «Russell deísta» o del «Russell monista», sencillamente porque Russell no se habría convertido nunca en uno de los principales filósofos del siglo XX. Si Russell hubiese fallecido, pongamos por caso, en 1900, serían pocos los que se encargasen de estudiar su pensamiento.

Las tesis filosóficas que se mantendrán más o menos «estables» a lo largo de su carrera giran en torno al empirismo, el escepticismo, el realismo, el pluralismo ontológico, la crítica a las religiones y las supersticiones, la creencia en que las ciencias físicas y psicológicas son el sustento de nuestro conocimiento racional del Universo, &c.

Atendiendo a esto, podríamos dividir las etapas filosóficas de Russell según diversos criterios. Y, como una de las facetas más conocidas del filósofo británico es su crítica a las religiones, podríamos comenzar por dividir su biografía intelectual en las siguientes etapas:

Una primera etapa de niñez donde Russell cree en los dogmas fundamentales del cristianismo.
Una segunda etapa de adolescencia donde Russell comienza a mostrar dudas escépticas sobre algunos dogmas cristianos, como el de la inmortalidad del alma, pero sigue manteniendo su creencia en la existencia de Dios.
Una tercera etapa universitaria donde Russell abraza el monismo idealista neohegeliano a través de la influencia de Joaquim, pero sobre todo de Bradley. En esta etapa, el Universo, la realidad, el Todo y Dios acaban identificándose.
Una cuarta y última etapa que durará hasta el final de sus días donde Russell abraza, según sus propias palabras, un agnosticismo en la teoría y un ateísmo en la práctica.

Según esto, Russell primero aceptó el espiritualismo como una realidad, y luego como una posibilidad ontológica factible, aunque improbable. Es por ello que podría acaso decirse que Russell se acercó a lo sumo a un materialismo provisional o postulatorio, pero nada más; su ontología contingentista, donde todo es posible, siguiendo la tradición de Occam, Descartes o Hume, nunca le permitió abrazar un materialismo ontológico estricto en el que la propia posibilidad de vivientes incorpóreos quedase descartada por contradictoria.

Sin embargo, para sintetizar las diversas etapas del pensamiento de Russell también podríamos atender a otros criterios que remuevan aun más el tablero de la ontología general y especial, como el concerniente a la dualidad ya citada entre materia y mente. Atendiendo a este criterio, la filosofía estricta de Russell (dejamos ahora de lado sus reflexiones de adolescencia) podría clasificarse en las siguientes etapas:

A) Por un lado, una primera etapa idealista subjetiva, homologable a un espiritualismo absoluto o exclusivo, basada fundamentalmente en Hegel, aunque también en Kant, pero a través de Bradley y Joachim. Esta etapa dura hasta 1898, y en ella Russell cree que el mundo de la materia empírica no es más que una apariencia, ya que sólo existe el Todo o el Absoluto, el cual tiene una estructura espiritual. Dicho en la terminología propia del materialismo filosófico: Russell, en esta etapa, sostiene la identificación M = Mi = M2

B) Posteriormente, una etapa empirista y pluralista en la que se defiende la dualidad entre los sense-data, como objetos o características físicas objetivas (M1), y las percepciones, como actos mentales subjetivos (M2). Las obras principales de este periodo son: Our Knowledge of the External World (1914) y Mysticism and Logic (1918). Sin embargo, esta separación entre M1 y M2 no la traza Russell al modo del dualismo espiritualista tradicional, pues aunque Russell piense que los vivientes incorpóreos son posibles ontológicamente, a la vez sostiene que no hay motivos para creer que existan más que otras entidades míticas, y a menudo apela al cerebro para hablar de la génesis de los contenidos psíquicos.

C) Más tarde, nos encontramos con su conversión al monismo neutro, defendido por primera vez en todo su esplendor en The Analysis of Mind (1921), en el que M1 y M2 se acaban identificando, viéndose como aspectos de una realidad extramental anterior, coordinable en algunos aspectos con la Materia ontológico general (M), sin olvidar aquí, por supuesto, que coordinación o analogía no significa identidad o igualdad.

D) Finalmente, una última etapa en la que Russell trata de rescatar de modo titubeante un nuevo tipo de dualidad entre lo físico (M1) y lo mental (M2), debido a algunos callejones sin salida a los que llevaba el monismo neutro. Esta etapa está explícitamente puesta de manifiesto en My Philosophical Development (1959), pero escasamente desarrollada.

No obstante, la ontología de Russell no puede entenderse sin esclarecer el puesto que ella otorga a M3. Después de su abandono en 1898 del monismo idealista de cuño neohegeliano, Russell defenderá que el reino de las matemáticas (reducible a principios lógicos) es autónomo, absoluto y eterno. Este idealismo esencialista persistirá aún en su The Analysis of Matter de 1927, en el que Russell sostendrá que la realidad neutra que produce nuestras sensaciones parece reducirse, en última instancia, a relaciones y propiedades de las matemáticas puras, practicando con ello un fuerte formalismo terciogenérico, al acabar pensando a M en función de M3, cayendo por ello en una metafísica sustancialista de cuño pitagórico o platónico.

Posteriormente, y debido a la influencia del Círculo de Viena y del Wittgenstein del Tractatus, Russell acabará por aceptar, yéndose al extremo contrario, la tesis que sostiene que las proposiciones matemáticas no son más que meras tautologías que no informan nada del Universo (Mi), posición también gratuita desde el llamado «formalismo materialista», al no reparar en que la propia materia de las matemáticas y la lógica, esto es, los símbolos tipográficos escritos en el papel, la pizarra o el ordenador, confiere a las matemáticas y la lógica un estatuto de ciencias tan objetivas y materiales como puedan ser la física o la geología.


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