sábado, 10 de octubre de 2020

ZP Y LAS ALEGRES CHICAS DE CUOTA

Zapatero fue un  ejemplo de niño malcriado que se atiborra de comida basura sin percatarse de que la factura que habrá que pagar puede resultar imposible de asumir. Si en el interior decidió desmantelar el régimen constitucional para satisfacción de los nacionalistas catalanes y vascos sin excluir a los terroristas, en el exterior se arrojó entusiasmado en brazos de las dictaduras tercermundistas igual que la adolescente que considera que el chulo del Instituto es el chico más atractivo del barrio.

Hay que  recordar que ZP no pronunció una sola palabra de desautorización del pacto suscrito por el gobierno nacional-socialista de Cataluña con los terroristas de ETA; que ZP respaldó expresamente un nuevo Estatuto para Cataluña que chocaba frontalmente con la Constitución; que ZP continuó las conversaciones secretas con los terroristas de ETA; que ZP apoyó a Gas Natural para que se apoderara de Endesa a fin de que las oligarquías catalanas contaran con un grupo energético propio con el que someter al resto de España; que ZP procedió a la supresión del Plan Hidrológico Nacional, lo que significaba la ruina de valencianos, murcianos y almerienses tan sólo para que los nacionalistas catalanes liquidaran su competencia en un mercado que ya era abierto o, al menos, lo pretendía; que ZP dio luz verde a la destrucción del archivo nacional de Salamanca para que de él se llevaran los nacionalistas catalanes los documentos que les complacieran, o que ZP concedió un trato de favor a los nacionalistas catalanes que dejó a regiones enteras del territorio nacional privadas de infraestructuras.

En todas y cada una de esas conductas —insisto, ni la mención es exhaustiva ni se aproxima al conjunto global—, ZP se comportó como el déspota que, amo y señor del reino, concede a sus mesnadas lo que éstas apetecen. El problema era que España no es ni puede ser el cortijo de ZP ni de ningún otro político y que nadie con un mínimo de decencia puede tolerar en un Estado democrático que una minoría —como el nacionalismo catalán— se dedique a apoderarse de lo que es de todos como si fueran los productos habidos gracias a un despojo de carácter colonial. Porque en el plan de ZP no se intentaba tanto favorecer al PSOE como crear una alianza con los nacionalistas que pervirtiera el régimen constitucional.

Cuando la Unión Europea, de manera más que justa y legítima, aumentó las sanciones a la dictadura cubana por sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos, ZP dio todavía más dinero de los ciudadanos españoles a Fidel Castro; cuando los saharauis denunciaron las terribles acciones cometidas por la dictadura marroquí, Moratinos —el peor ministro de Asuntos Exteriores que ha tenido España… hasta la llegada de Trinidad Jiménez— comunicó a Marruecos que ZP apoyaba los planes del sultán para la anexión del Sáhara; cuando las empresas españolas clamaban al cielo por el expolio a que las sometía Evo Morales, ZP comunicó al presidente boliviano que comprendía sus reivindicaciones; cuando las compañías españolas fueron objeto de expolio en Argentina, Leire Pajín comunicó a unos sorprendidos empresarios españoles que el gobierno de ZP consideraba que debían retirar las demandas presentadas contra el gobierno argentino; cuando Irán comenzó a convertirse en una amenaza mundial con su programa nuclear y ejecutaba a los homosexuales por el simple hecho de serlo y practicaba un vergonzoso machismo y respaldaba a grupos terroristas islámicos en distintos países, ZP defendía —gastando cuantiosas cantidades de dinero del contribuyente— un proyecto ideológico común con la dictadura de los ayatollahs, la denominada Alianza de Civilizaciones.

Para la descerebrada progresía hispana, ZP podía aparecer como un caballero de los desheredados enfrentándose con titanes imperialistas. En realidad, no era sino un necio —en el sentido más bíblico del término— que estaba causando un daño irreparable a la nación que, por obligación, debía gobernar. Así, cuando en septiembre de 2007, ZP acudió a la sede de la ONU en Nueva York, sólo consiguió entrevistarse con Evo Morales, Erdogan y Ban Ki Moon y, tras pagar un dineral, acudir a una cena donde habló ocho segundos —¡ocho!— con el presidente George W. Bush. Con ZP pasaron los tiempos en que España podía situarse en plano de aliada con la mayor potencia de Occidente y su principal aliado europeo y cuyo presidente del Gobierno —como había sucedido con José María Aznar— podía situarse al lado de un dirigente mundial, como Bush, que encabezaba la lucha contra el terrorismo islámico y con Tony Blair, el político más importante y renovador de la izquierda europea del último medio siglo. Con ZP, los aliados de España pasaron a ser meros dictadores tercermundistas a los que además había que entregar dinero de los ciudadanos. Sin embargo, si deseamos ser ecuánimes, hay que reconocer que ZP no hubiera podido perpetrar todos aquellos desaguisados sin el apoyo de múltiples colaboradores entre cuyos exponentes estuvieron las que podían denominarse «alegres chicas de cuota».

En abril de 2004 se formó el nuevo gobierno socialista surgido tras la victoria electoral posterior a los atentados del 11-M. La mitad de ese gobierno, por decisión personal y expresa de ZP, estaba constituida por una cuota femenina. En septiembre de aquel mismo año, las ministras posaban en la revista Vogue sin duda para que no cupiera duda sobre su carácter «obrero» que se percibía, por ejemplo, en los modelos de alta costura que vestían y en las pieles sobre las que se las retrató. Aquel gobierno de la paridad —de la parida, intentó corregir más de uno— iba a ser toda una declaración de principios de lo que España padecería durante los siguientes años.

LAS CHICAS DE ZP

El personaje más relevante de aquel gobierno —por supuesto, después de ZP— fue durante años María Teresa Fernández de la Vega. La vicepresidenta nació en el seno de una familia cuyo padre rendía sus servicios en uno de los sectores más genuinamente influidos por las corrientes fascistas de la dictadura: las magistraturas de trabajo. De hecho, Girón de Velasco —el ministro fascista por antonomasia de los diferentes gobiernos de Franco— lo condecoró personalmente y se honraba en llamarlo «camarada» como dejan de manifiesto no pocos documentos de la época. Que luego la ministra y sus adláteres intentaran crear una historia paterna de oposición al Régimen es otro cantar porque los hechos, como decía el compañero Lenin, son testarudos. Como tantos otros progres, María Teresa Fernández de la Vega procedía de una familia profundamente incardinada en el aparato de la dictadura franquista. María Teresa Fernández de la Vega —de la que se decía con machacona y aduladora insistencia que era una de las mentes privilegiadas dentro del partido socialista— jamás consiguió aprobar las oposiciones para la judicatura, pero la creación de turnos especiales de jueces por el PSOE le permitió pasar a ser uno de ellos. Apenas dictó sentencias, pero el hecho de ser juez —¡sin aprobar jamás unas oposiciones!— le permitió convertirse en miembro del Consejo General del Poder Judicial a propuesta del PSOE.

A día de hoy sigue sin saberse cuál fue el reconocido prestigio profesional que le facultó tener ese puesto salvo que guarde relación con el hecho de que su padre sirviera en la administración de la dictadura. De esa manera, la carrera de María Teresa Fernández de la Vega ha estado siempre indisolublemente ligada al PSOE. Así formó parte del equipo de Juan Alberto Belloch, ministro bifronte de Justicia e Interior, y la necesidad de ZP de tener una vicepresidenta de cuota la catapultó a la primera fila del poder. Una vez en el poder, María Teresa Fernández de la Vega pronto se hizo famosa por sus viajes a África o a China y por una gestión —por llamarla de algún modo— ciertamente muy discutida aunque hay que reconocer que se convirtió en el parachoques de ZP en cuestiones especialmente delicadas. María Teresa Fernández de la Vega desempeñó el papel, más que dudosamente moral aunque, sin duda, bien recompensado, de portavoz de las numerosas mentiras oficiales de ZP. Por ejemplo, a ella le cupo el encargo de negar las conversaciones con ETA y las concesiones realizadas a los terroristas por ZP como cuando el 10 de julio de 2007 dijo: «No ha habido ni una sola cesión a ETA».

María Teresa, por cierto muy apreciada por los obispos hasta extremos que luego contaré, también mintió una y otra vez por cuenta de ZP al negar la finalidad adoctrinadora de Educación para la Ciudadanía afirmando el 22 de junio de 2007 que «no hay caso para la objeción de conciencia, no hay ni motivo ni temor» o la intervención en la OPA de Endesa diciendo el 23 de marzo de 2007 que «el gobierno ni ha intervenido ni interviene en ninguna de esas actuaciones…» o el desembarco masivo de inmigrantes procedentes de las Canarias en la Península pretendiendo el 22 de enero de 2005 que sólo estaban «en una escala, en fase de repatriación». A decir verdad, apenas puede afirmarse que hubiera mentira dañina y repugnante que profiriera el gobierno de ZP que no encontrara su difusión a través de los labios, un tanto arrugados todo hay que decirlo, de María Teresa Fernández de la Vega.

Además de ser la portavoz privilegiada de los embustes del gobierno que presidía ZP, María Teresa Fernández de la Vega demostró una extraordinaria capacidad para desplegar algunas de las peores características del ejercicio despótico del poder. A ella se le debieron verdaderas oleadas de insultos contra el PP lo mismo acusándolo de estar «generando incertidumbre, miedo, inseguridad…» (10 de marzo de 2007) que afirmando: «Ustedes jamás, jamás han cumplido con los ciudadanos, jamás» (21 de marzo de 2007), que: «Lo suyo es crispar, desprestigiar. Lo suyo es destruir» (21 de abril de 2007).

Convertida en gran dispensadora de las falsedades del poder, María Teresa Fernández de la Vega se permitió decir que «Rajoy empieza a ser un monstruo del desvarío» (23 de mayo de 2007), que «los jueces y los curas son tenebrosos e inmovilistas…» (14 de diciembre de 2004) y que los medios de comunicación que no se sometían a ZP daban «alas al discurso terrorista», afirmación que, ciertamente, se las traía teniendo en cuenta las relaciones del presidente del Gobierno con ETA. María Teresa Fernández de la Vega —y ésa es otra de las notas típicas del ejercicio despótico del poder— soportaba mal no sólo las críticas sino incluso las informaciones de prensa que dejaban al descubierto su verdadera naturaleza. Así, cuando Carlos Dávila y Mayte Alfageme descubrieron que no vivía en un domicilio donde se había empadronado para participar en las elecciones en Valencia, la vicepresidenta decidió descargar toda la fuerza del aparato del Estado contra ellos. Durante meses, Dávila y Alfageme se vieron sometidos a un acoso judicial implacable simplemente por decir la verdad —algo, es cierto, muy distante del terreno que pisaba habitualmente María Teresa Fernández de la Vega — y por dar cuenta de ella a los ciudadanos. La justicia terminó por darles la razón, pero a María Teresa Fernández de la Vega le salió gratis su conducta. Gratis, a juzgar por su casi incomparable abundancia, debió de salirle también un profundísimo fondo de armario. De hecho —una nueva muestra más de ejercicio despótico del poder—, la vicepresidenta lució más de cien modelos en menos de un año, eso sin contar un número incalculable de complementos como gafas, broches, bolsos, zapatos, relojes, pulseras, pendientes y un larguísimo etcétera.

Por desgracia, María Teresa Fernández de la Vega no era la excepción sino la regla. Detengámonos un momento en Carmen Calvo, perteneciente a dos cuotas, la femenina y la andaluza. Muy pronto pasó a ser conocida como la «ministra de Incultura», pero, en cualquiera de los casos, ¿cabe en cabeza alguna que Carmen Calvo podía ser ministra de Cultura? El 23 de julio de 2006, la ministra escribía una carta a un grupo llamado Heavy Lujuria felicitándoles por sus ideales, circunstancia que no estaba mal traída porque el mencionado grupo de rock promocionaba la pederastia con letras como: «¡Dejad que los niños se acerquen a mí!», obviamente no en el sentido evangélico de la frase. No andaba mejor en latín la ministra de Cultura. El 9 de febrero de 2005, el senador Juan Van-Halen utilizó la expresión «Calvo dixit », lo que, como todo el mundo sabe, significa «dijo» en la lengua de Cicerón. Bueno, todos menos la ministra de Cultura, que dijo ofendida: «Señoría, usted para mí nunca será Van-Halen “Dixie” ni “Pixie”; será su señoría, el senador Van-Halen».

En serio, llevándonos la mano al corazón, ¿qué se podía esperar de una ministra de Cultura que confundía una expresión latina elemental con dos simpáticos ratoncitos protagonistas de una serie de dibujos animados? Y ya no se trataba sólo de su proverbial incultura sino también de su agobiante «corrección política». En marzo de 2005, la ministra Calvo afirmaba: «Yo he sido cocinera antes que fraila». Claro que antes había dicho, por ejemplo, que «un concierto de rock en español hace más por el castellano que el Instituto Cervantes». No es que la gestión del Cervantes sea precisamente ejemplar, sobre todo si se tiene en cuenta a no pocos de los directores nombrados por el gobierno de ZP, pero, incluso así, la afirmación de la ministra no parece aceptable. Claro que cuando ya estuvo sublime la «ministra de Incultura» fue cuando el 11 de junio de 2005 afirmó: «Deseo que la Unesco legisle para todos los planetas».

En alguna ocasión, la ministra llegó a formular perlas de sabiduría política que permiten desentrañar ese período verdaderamente aciago de la Historia de España que fue la época de ZP. Me refiero, por ejemplo, a aquel 29 de mayo de 2004 que debería pasar a la Historia siquiera porque en él Carmen Calvo pontificó: «Estamos manejando dinero público, y el dinero público no es de nadie». Es dudoso que alguien hubiera podido resumir de manera más sucinta y más acertada lo que han sido décadas de gobierno de la izquierda y de los nacionalistas, seguidos después alegremente por personajes del PP como Alberto Ruiz-Gallardón. El dinero que sale de nuestros bolsillos, que procede de nuestro trabajo y de nuestro esfuerzo no es algo de lo que tengan que dar cuenta —¡jamás se les pasaría por la cabeza!— los políticos.

En realidad, no es de nadie y, por lo tanto, sin informar, pensar, cuidar o responder ante nadie pueden hacer lo que bien les parezca aunque signifique la quiebra económica de una nación como España y su endeudamiento para varias generaciones. Frente a semejante lección de cómo debe discurrir la gestión pública, ¿qué más da que la «ministra de Incultura» dijera, como dijo, que «el español está lleno de anglicanismos» o que «las señoras tienen que ser caballeras, quijotas, manchegas»? ¿Puede a alguien sorprenderle que, refiriéndose a sí misma, Carmen Calvo afirmara que «yo transmito que soy muy yo, y que voy de yo por la vida. Soy una tía a la que no doblan» o «me gusta madrugar para poder pasar más rato en el baño: allí leo el periódico y hablo por teléfono con alcaldes en bragas»? ¿Le extraña a alguien que Carmen Calvo dijera también aquello de «el Rocío es la explosión de la primavera en el Mediterráneo» pasando por alto que el Rocío se celebra en Huelva, provincia costera del océano Atlántico y no del citado mar? Por decirlo, clara, lisa y llanamente, ¿realmente le produce estupor a alguien que la llamaran la ministra de Incultura?

No más competente fue la ministra Magdalena Álvarez. A decir verdad, llegó al ministerio precedida por el escándalo de haber intentado fusionar todas las cajas andaluzas en una sola que se sometiera a los dictados de la Junta de Andalucía. Sin embargo, para ZP tenía dos virtudes: era una mujer —y podía cubrir la cuota— y además formaba parte de una de las oligarquías regionales del PSOE como es la andaluza. Magdalena, popularmente conocida como la Maleni, no tardó en ponerse en evidencia al frente del Ministerio de Fomento. El 29 de junio de 2004 gritó: «¡Estoy harta del Plan Galicia de mierda!». El 26 de mayo de 2006, la tomó con un grupo de periodistas a los que se dirigió diciendo: «Pero ¿por qué me hacéi eza pregunta ?». El 15 de diciembre de 2006, de la manera más arbitraria, retiró la licencia a Air Madrid provocando un caos aeroportuario. El 2 de mayo de 2007, se permitió, en un gesto de chulería indescriptible, cortar la cinta de inauguración de la T-4 aunque el Ministerio de Fomento no hubiera puesto un céntimo y todo el coste de la obra lo hubiera pagado la Comunidad de Madrid. Por si no hubiera quedado poco de manifiesto su espeluznante falta de educación y su soberbia intolerable, el 9 de mayo de 2007, Maleni afirmó con su estilo peculiar: «El único sitio en la estación de la T-4 en el que podía haber estado Esperanza Aguirre es o tumbada en la vía o colgada de la catenaria».

El 17 de julio de 2007, mintiendo a los ciudadanos descaradamente —o simplemente sin saber dónde tenía la mano derecha— Magdalena Álvarez afirmaba que el barco Don Pedro no perdía fuel. Lo perdía a chorros, pero esta vez era la izquierda la que gobernaba y hasta el día 21, el Ministerio de Fomento no comenzó a extraerlo. Con semejante incompetente —crea el lector que el término es buscadamente moderado— los desastres relacionados con el Ministerio de Fomento se convirtieron realmente en el pan nuestro de cada día. Por ejemplo, el 23 de julio de 2007, Barcelona se quedó a oscuras a consecuencia de un apagón viéndose afectadas no menos de trescientas cincuenta mil personas. El 4 de agosto de 2007, las retenciones de la AP-7 fueron kilométricas. Desde el 10 de agosto de 2007, los trenes de cercanías sufrieron retraso tras retraso. Puede imaginarse que ante gestión tan zarrapastrosa —de nuevo, el término es buscadamente moderado— la oposición pidiera la comparecencia de Maleni en el Congreso.

En cualquier nación normal, una persona de tan bajísimo rendimiento y de tan patente incompetencia habría dimitido procurando desaparecer cuanto antes de la escena pública. Jamás en la España de ZP. El 14 de agosto de 2007, Magdalena Álvarez compareció ante el Congreso y, con más desvergüenza que don Rodrigo en la horca, pronunció la siguiente frase lapidaria: «Yo me quedo mientras lo diga el presidente». Aquellas palabras constituían todo un tratado de ciencia política. Maleni, como buena parte de la casta política española, no se sentía obligada ni hacia la nación, ni hacia los ciudadanos ni hacia nada salvo aquel que le había otorgado una poltrona. Era el jefe de la mesnada y como si viviéramos en la Edad Media —algunos mentalmente nunca salieron de ella, todo hay que decirlo— sólo a él debía lealtad y obediencia. Los que le pagábamos su más que inmerecido sueldo no teníamos nada más que decir. Naturalmente, una conducta tan repulsiva tenía que ser racionalizada de alguna manera y así, el 21 de agosto de 2007, Maleni afirmaba: «Si el PP quiere que me vaya será porque les perjudico como partido…». Por lo visto, los millones de ciudadanos que padecíamos su pésima gestión éramos todos del PP… Como suele suceder con la gente desprovista de una mínima preparación para desempeñar un puesto —su jefe ZP era un ejemplo paradigmático—, Maleni también concebía proyectos absurdos que, por supuesto, acababan pagando los demás.

Así quedó, por ejemplo, de manifiesto cuando, por orden de ZP, se empeñó en octubre de 2007 en que el AVE llegara en diciembre a Barcelona, Málaga y Valladolid. Daba lo mismo que en Valladolid faltara un túnel y el AVE tuviera que esperar a que saliera el tren anterior para poder entrar, o que en Málaga las obras del AVE hubieran dañado un acuífero provocando inundaciones en el túnel del tren, o que en Barcelona los trenes de cercanías hubieran tenido que ser sustituidos por autobuses que tardaban tres horas en cubrir veinte kilómetros, o que los socavones comenzaran a aparecer en el tendido férreo, o que incluso se hablara de la posibilidad de que la Sagrada Familia pudiera verse afectada por las obras de Maleni. Por cierto, para tranquilizar a los ciudadanos sobre esa eventualidad, los corifeos de ZP difundieron la historia de que el presidente del Gobierno había hablado con el ingeniero a cargo de las obras y le había espetado: «Mírame a los ojos y dime que la Sagrada Familia no corre peligro».

Era para pensar si no hubiera sido mejor que en lugar de las pupilas de ZP hubiera clavado la mirada en los planos. Cuando, el 5 de septiembre de 2007, en el programa de Ana Rosa, en Telecinco, la ministra dijo aquello de: «Me cuesta aprenderme las cosas. Tengo la cabeza que tengo…», más de uno sentimos cómo un dedo gélido se deslizaba a lo largo de nuestra espina dorsal. ¡En qué manos estaban las infraestructuras de la nación, algo tan esencial para su desarrollo, bienestar y prosperidad! En cualquier caso, seamos ecuánimes. No todo fue negativo en la gestión de Magdalena Álvarez como ministra. Por ejemplo, Maleni dio orden de que se abriera una peluquería en el Ministerio de Fomento. Quizá pensó que siendo irredimible lo de dentro, quizá se podía hacer algo para arreglar el aspecto de lo de fuera. Cuando abandonó la poltrona ministerial, Maleni recibió un jugosísimo cargo en el exterior que no ha dejado de desempeñar a pesar de que, a día de hoy, parece muy posible que acabe sentándose en el banquillo.Que nadie se haga ilusiones. Jamás pagará las consecuencias de su pésima gestión.

Ministra de cuota en aquel primer mandato de ZP fue también María Jesús San Segundo, que se hizo cargo —es un decir— del Ministerio de Educación. Porque la señora San Segundo no se ocupó de la educación nacional sino de crear un entramado de adoctrinamiento político al servicio de ZP y de los nacionalistas catalanes y vascos. El primer paso que dio la ministra de cuota fue paralizar la LOCE el 17 de mayo de 2004, a pesar de las mejoras que significaba en relación con la LOGSE. El 27 de septiembre de 2004, anunció el establecimiento de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, el instrumento de adoctrinamiento de ZP para niños y jóvenes, y el 30 de marzo de 2005, presentó el nuevo proyecto de reforma de la educación. Ese desplome de la calidad de la enseñanza unida al intento de adoctrinamiento, lo perpetró la ministra San Segundo sin contar con los denominados un tanto cursimente agentes sociales —más bien despreciándolos con notable altivez— y, como era de prever, la respuesta de los ciudadanos ante esos abusos no tardó en llegar.

El sectarismo intransigente de la ministra y el temor al adoctrinamiento de los alumnos y a la caída de la ya maltrecha calidad de la enseñanza, lanzaron a la calle a más de dos millones de personas para protestar contra la LOE. Fue el 12 de noviembre de 2005. En una muestra de aquello que ZP llamaba «talante», la ministra San Segundo no hizo el menor caso de los más de dos millones de personas que se habían manifestado contra la LOE. Por su parte, Alejandro Tiana, el secretario general de Educación, no sólo no los escuchó sino que además arremetió contra ellos. El 6 de abril de 2006, desoyendo el clamor popular, el PSOE y sus aliados de izquierdas y nacionalistas aprobaron la LOE. Al día siguiente, la ministra abandonó el ministerio. Las manifestaciones de alegría de las organizaciones educativas resultaron unánimes, pero demasiado optimistas. La CONCAPA, por ejemplo, afirmó: «Es la peor ministra de la democracia. Su sustituta no lo podrá hacer peor que San Segundo». Se equivocaron de medio a medio.


No hay comentarios:

Publicar un comentario