sábado, 25 de octubre de 2014

CUARTEL DE LA MONTAÑA


El asedio y asalto del Cuartel de la Montaña en Madrid fue uno de los episodios de la sublevación militar de julio de 1936, que dio comienzo a la Guerra Civil Española. La toma del cuartel, realizada el 20 de julio por las fuerzas del orden fieles al gobierno republicano y milicias obreras, fue determinante para el fracaso de la sublevación en Madrid.

Desde la victoria electoral del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 se venía fraguando una conspiración por parte de elementos militares (aunque también civiles). La dirección de la misma la ejercía el general Mola, desde Pamplona, encargándose de que las distintas ramificaciones de la misma estuvieran bajo una sola dirección, fuera el caso de la conspiración en el Protectorado marroquí, en las islas Canarias o en la capital, Madrid.

A principios de julio se palpaba como inminente la sublevación, y aunque se desconocía la fecha exacta, tras el asesinato de José Calvo Sotelo ya quedó claro que ésta no tardaría en producirse. La fecha original estaba prevista para el 18 de julio. Sin embargo, en Melilla se adelantó el levantamiento (y con esta ciudad, todo el Marruecos español) para el anochecer del 17 de julio. Con ello, la sublevación se extendió por la península a partir del día siguiente.

En Madrid se encontraba la principal concentración de fuerzas militares. La organización militar territorial se componía de los cuarteles de la 1.ª División Orgánica, once regimientos, cuatro batallones independientes, dos grupos de artillería especializados, las fuerzas y parques divisionarios y del Cuerpo de Ejército, el depósito de Remonta, algunas escuelas militares y la administración de los ejércitos. 

En los alrededores estaban los aeródromos militares de Getafe y Cuatro Vientos con ocho escuadrillas operativas, junto con el recién estrenado de Barajas, de uso civil. En los primeros días de la sublevación se trasladaron a Madrid diversas compañías de Asalto de las dos Castillas al mando del coronel de caballería Pedro Sánchez Plaza, de cuyo republicanismo no se dudaba. La Guardia Civil estaba a cargo del general Sebastián Pozas Perea y del General José Sanjurjo Rodríguez Arias, como subordinado, ambos militares leales a la República. En total había en Madrid veinticinco compañías de Asalto, catorce de la Guardia Civil, cinco de Carabineros y tres escuadrones de seguridad. Sebastián Pozas era el hombre clave para hacer fracasar la sublevación en Madrid: exhortó a todas las Comandancias de la Benemérita lealtad al Gobierno, ordenando el arresto inmediato de cualquier militar que abandonara su destino.

Mola había diseñado el plan para Madrid confiando sólo en tres generales:  Fanjul, García de la Herrán y Villegas, y a cada uno se le había dado un cometido específico para el día 19. El problema era que cada uno de ellos estaba en la reserva y, consiguientemente, desconectados de la cadena de mando. Las primeras noticas de la sublevación en África llegan a Madrid por la tarde del 18, y desarrollan una actividad febril en el Gobierno: por entonces ya se sabe que la sublevación la realiza el General Franco.

El domingo 19, tras los fallidos intentos telefónicos del recién Presidente del Gobierno Diego Martínez Barrio de conciliar el Gobierno con los militares sublevados, se da la orden de acuartelar en Madrid las tropas de la 1.ª División Orgánica ya al mando del general Miaja (nombrado por Martínez Barrio). 

La instrucción de última hora enviada, procedente de Mola a los tres generales de Madrid, es la de contemporizar con el Gobierno hasta la llegada de tropas del norte, y en caso de verse copados, sacar las tropas de los cuarteles y dirigirse a la Sierra de Madrid. El día 20 dimite Martínez Barrio, presionado por diversos estamentos. La 1.ª División pasa provisionalmente a cargo de Manuel Cardenal Dominicas que finalmente recae en el general Luis Castelló Pantoja que se hallaba de camino de Badajoz a Madrid desde el día 18. 

Se hace cargo de la Presidencia José Giral, que adopta la decisión de armar a los madrileños, lo cual suponía sacar el armamento de inmediato de los cuarteles. En una reunión nocturna del día 19 decide que el jefe de la 1.ª División sea el general Celestino García Antúnez, aunque al día siguiente recayó sobre el general Riquelme.

El día 19 con excepción de Marruecos, Pamplona y Zaragoza, poco se sabía qué guarniciones se encontraban en rebeldía. La situación de la conspiración en Madrid era completamente caótica: nadie parecía saber qué hacer, y Mola no había conseguido coordinar las acciones de los conspiradores. No se sabía la actitud de los oficiales del ejército que rodeaban a Joaquín Fanjul o si el comandante de la 1ª Brigada de Infantería (el general Miaja) estaba o no con los rebeldes. En el último minuto ni siquiera se sabía quién dirigía la sublevación en Madrid, si el políticamente activo Fanjul o García de la Herrán, general al mando del regimiento de Carabanchel. Además, faltaba el nervio de la conspiración madrileña, el coronel Galarza, técnico y coordinador del plan, que había sido arrestado.

Según los planes iniciales de Mola, el general Fanjul se debía hacer cargo de la 1.ª División Orgánica, y García de la Herrán del Campamento de Carabanchel como apoyo. El general Villegas dirigía la Unión Militar Española y era el encargado de dirigir la rebelión en Madrid, pero estaba muy vigilado por la policía. Ninguno de los tres había desarrollado una estrategia concreta para el día 19. 

El General Fanjul, debido al cariz de los acontecimientos, pensaba viajar a Burgos, pero una visita del comandante Castillo a su vivienda (sita en la calle Mayor n.º 28) le hizo cambiar de opinión y se personó a mediodía del día 19 en el Cuartel de la Montaña vestido de paisano acompañado de su hijo.

Se instaló en el despacho de Serra y allí redactó un bando de guerra que nunca llegó a ser publicado. Durante estas horas intentó comunicarse con el Campamento de Carabanchel. Justo en esos instantes se interrumpió la comunicación al ser intervenidas por el Gobierno. Las piezas de artillería de 7.5 milímetros no pudieron utilizarse a causa de las operaciones de mantenimiento a la que se veían sometidas desde días antes.

Entre tanto, el gobierno republicano se decidió finalmente a repartir fusiles, siendo entregados desde el Ministerio de la Guerra hacia los centros de la CNT y la UGT, donde fueron recibidos por las masas que aguardaban impacientes. Los fusiles indicados para ser repartidos eran en primera instancia los 65.000 fusiles almacenados en el Parque de Artillería que tenían los cerrojos en el Cuartel de la Montaña. 

El teniente Rodrigo Gil, jefe del Parque de Artillería, ya había repartido 5.000 fusiles con dotación completa antes de que Casares Quiroga firmara la orden Ministerial de Guerra exigiendo al coronel Serra (Primer Jefe del Regimiento Covadonga n.° 31), jefe del Cuartel de la Montaña, la entrega de los cerrojos. Muchos de los que recibieron esas primeras armas fueron militantes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y entre ellos figuraba Cipriano Mera, anarquista recién salido ese día de la Cárcel Modelo. 

En este instante se planteó un grave problema: se entregaron 65.000 fusiles, pero de estos solo 5000 tenían cerrojo. Los 60.000 cerrojos restantes estaban en el Cuartel de la Montaña. El ministro de la Guerra ya había ordenado al coronel Serra, al mando del cuartel, que los entregara. Ante el requerimiento oficial, se negó rotundamente y la Dirección General de Seguridad cortó las comunicaciones del cuartel. Su negativa a hacerlo señaló el comienzo de la sublevación militar en Madrid.

Según los planes iniciales de Mola, el general Fanjul se debía hacer cargo de la 1.ª División, y García de la Herrán del Campamento de Carabanchel como apoyo. El general Villegas estaba al frente de la Unión Militar Española y era el encargado de dirigir la rebelión en Madrid, pero se encontraba muy vigilado por la policía. Ninguno de los tres había desarrollado una estrategia concreta para el día 19. 

El general Fanjul llegó al cuartel la misma tarde del 19 de julio. Este era un gran edificio de planta irregular, situado al oeste de Madrid, que dominaba el valle del río Manzanares, y estaba al mando del coronel Francisco Serra. 

A lo largo del día se habían ido reuniendo oficiales de otros cuarteles y bastantes falangistas y monárquicos. El general Fanjul pronunció un discurso sobre los objetivos del alzamiento y su legalidad. Luego los rebeldes intentaron lanzarse a las calles de la capital, pero para entonces ya se había reunido ante las puertas del cuartel una inmensa multitud. Entre dicha multitud, organizada por los sindicatos UGT, CNT y otros partidos políticos, la mayoría iban armados con los 5 000 fusiles que se habían repartido y con armas propias de los sindicatos. Por otro lado estaban presentes numerosos miembros de la Guardia de Asalto y de la Guardia Civil: En total unos 8 000 congregados en torno al cuartel.

La densidad de la multitud impidió salir a los rebeldes, por lo que éstos recurrieron a disparar con las ametralladoras. La multitud se replegó, pero no ocurrió nada más hasta la mañana siguiente. Durante la noche del 19 al 20 de julio, los partidos obreros tenían el control efectivo de la capital mientras los republicanos leales consolidaban su posición en los ministerios, particularmente en el Ministerio de la Guerra. Al Cuartel de la Montaña se le puso un cerco por la Guardia Civil y de Asalto, seguido del batallón de socialistas y detrás los nuevos grupos armados del pueblo de Madrid. Poco a poco se fue calentando el ambiente, el Cuartel fue bombardeado por aire y tierra. 

El teniente Urbano Orad de la Torre, en conjunción con el teniente Vidal, fueron disparando salvas contra los muros del Cuartel por tres piezas de artillería que llegaron al lugar (arrastradas por un camión de cerveza) y más tarde contaron con la aviación de Getafe, que se había mantenido fiel al gobierno bajo la acción de Ignacio Hidalgo de Cisneros. 

En el interior, Fanjul, aunque confiado y con 2 000 soldados y 500 falangistas y monárquicos, no tenía ningún medio de comunicarse con las demás guarniciones de la capital. En aquellos momentos, las guarniciones solo podían comunicarse entre ellas por medio de señales hechas por encima de los tejados. A pesar de todo, de esta forma Fanjul apremió al general García de la Herrán (que se encontraba en Carabanchel) para que le enviase refuerzos.

Lo cierto es que fue un error fatal encerrarse en el Cuartel de la Montaña de esta manera. Allí Fanjul esperó ayuda de la sierra, pero fue al desastre. Ya para las 10 y media de la mañana, Fanjul y Serra estaban heridos. La caída de una bomba en el patio causó algunos heridos más pero, sobre todo, la moral de los sitiados cayó en picado ante el empeoramiento de la situación. La artillería también estaba siendo eficaz. Unos minutos más tarde apareció una bandera blanca en una de las ventanas y la multitud avanzó hacia el edificio para recibir la esperada rendición. Pero fue recibida con fuego de ametralladoras, hecho que se repitió dos veces más y que enloqueció a los atacantes. La cuestión de las banderas se debió más a la confusión reinante dentro de los sitiados que a una decisión premeditada.

Pocos minutos antes del mediodía, la Guardia Civil, acompañada de turbas armadas por el gobierno. entró en el Cuartel. La gran puerta del cuartel cedió ante los repetidos asaltos. Y en ese momento la multitud penetró violentamente en el patio, donde, durante unos minutos, todo fue histeria y gran carnicería. De repente, un miliciano apareció en una de las ventanas exteriores y empezó a tirar fusiles a la excitada multitud que todavía estaba en la calle. 

Por otro lado, un gigantesco miliciano se creyó en el deber de arrojar, uno tras otro, a los oficiales desarmados, que gritaban de terror, desde la galería más alta del cuartel a la desenfrenada masa que se acumulaba en el patio principal. Lo que ocurrió a continuación escapa a toda descripción: murieron varios centenares de los defensores, asesinados de forma salvaje por las turbas obreras armadas, entre ellos Serra. Unos 12 oficiales sobrevivieron al linchamiento y otros 14 fueron hechos prisioneros, siendo enviados a la Cárcel Modelo. El general Fanjul pudo ser sacado de allí con dificultad para ser juzgado por rebelión militar.

La caída del cuartel de la montaña fue el icono de la victoria gubernamental y de las masas obreras frente a la rebelión fascista. Contrariamente a lo que se piensa, los milicianos no se hicieron con un gran número de armas y municiones, si bien las preciosas reservas de municiones y armas que había presentes en el cuartel pudieron ser llevadas al ministerio de la Guerra por los guardias de Asalto.

Las demás guarniciones de Madrid no corrieron mejor suerte: un intento de sublevación en la base aérea de Getafe fue aplastado por los militares leales. Los cuarteles de Carabanchel se mantuvieron fieles tras la muerte del general García de la Herrán a manos de sus propios soldados cuando intentaba sublevar los cuarteles. La excepción fue el Regimiento de Transmisiones de El Pardo que, siguiendo las instrucciones dadas por Mola, se embarcó en camiones y se dirigió al Puerto de Navacerrada y allí convenció a las tropas de Asalto leales que se dirigían a La Granja para cortar el avance de una columna procedente de Valladolid.

La victoria republicana al aplastar la sublevación militar en Madrid fue decisiva para poder reorganizar las fuerzas de la capital y trasladarlas a la sierra, donde frenarían a las tropas de Mola, o para aplastar a las guarniciones de Guadalajara y Toledo.


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