martes, 11 de noviembre de 2014

NEGRIN, HEROE O VILLANO


Dentro de la historiografía académica de tendencia “progre”, que sería chistosa si no hubiera tenido durante largos años los medios de acallar cualquier réplica, y de presentarse a sí misma como la única historiografía “profesional”, acaba de publicarse una biografía de Negrín, por el catedrático Ricardo Miralles. Prologa el libro P. Preston, para quien Negrín “fue el gran estadista de la lucha contra Franco y sus aliados fascistas”. Según él, las críticas a Negrín proceden sobre todo de Bolloten, condicionado a su vez por “los renegados ex comunistas que publicaron sus memorias bajo la dirección de Gorkín y financiados por (…) la CIA”. Preston, claro, prefiere a los comunistas no renegados y, con típica paranoia stalinista, sólo puede entender que alguien discrepe de ellos si le paga el “imperialismo”. Confesión implícita por parte del profesor inglés, y además falsedad, también de tufo staliniano, porque la apasionante obra de Bolloten se apoya ante todo en una labor documental e investigadora impresionante, con muy pocos paralelos en las historias de nuestra guerra.

A Preston le encanta el libro de Miralles, y no es de extrañar. Empieza éste planteando el asunto con una mezcla de infantilismo y mala fe. Según él, sobre Negrín sólo hay hasta ahora “juicios y sentencias, opiniones y fallos”. Vamos, defensores y detractores, sin más, como si el libro de Bolloten, entre otros, se limitase a una colección de asertos gratuitos. Entre los apologistas de Negrín, Miralles encuentra matices y aspectos aprovechables. No así en el otro campo: “Entre sus detractores ha existido una rara unanimidad que podríamos resumir en un Todos contra Negrín”. Para corregir tan deplorable panorama, Miralles plantea la cuestión así: “Las tres grandes acusaciones hechas a Negrín fueron que entregó la República a los comunistas, que fue el causante de la división interna del PSOE (durante la guerra y en el exilio posterior); y que su obstinación en una política de “resistencia a ultranza” condujo a un final catastrófico de la guerra”.

Ciertamente estas acusaciones le han sido hechas por bastantes, sobre todo dentro del propio PSOE, pero no resultan difíciles de refutar, o por lo menos poner en tela de juicio, desde la lógica de quienes siguen hablando de una II República durante la guerra (Bolloten no lo hace, desde luego), o creen en una posible paz negociada. La acusación de haber causado la división del PSOE, simplemente depende del punto de vista, claro está. Prieto tenía uno, y Negrín el contrario. Si uno acepta que la república del 14 de abril siguió existiendo tan campante después de que el gobierno de Azaña-Giral entregase las armas a los sindicatos y se impusiese una revolución de brutal violencia en la zona controlada por el Frente Popular; si acepta que los socialistas de Largo y Prieto, así como los comunistas y los anarquistas eran demócratas, o que Stalin protegió la libertad en España, entonces la posición de Negrín es difícilmente atacable, o por lo menos resulta mucho más coherente que la de Prieto, Largo Caballero y cuantos le hacen las acusaciones vistas.

Pero no es obligatorio, afortunadamente, comulgar con tamañas ruedas de molino. No obstante vale la pena seguir la polémica entre quienes creen tales cosas. Esa polémica está muy bien expresada en el intercambio epistolar entre Prieto y Negrín, cuando ambos, ya en el exilio, disputaban acerbamente por el control del cargamento del yate Vita.

Negrín acusaba a Prieto de haber contribuido a la derrota con su política vacilante y derrotista, y éste replicaba: “Después de haber presidido tan colosal desastre, después de haber originado, con el uso de un poder personal, ejercido en beneficio exclusivo de determinada agrupación (se refiere al Partido Comunista), disensiones hondísimas que condujeron a millares de hermanos a despedazarse entre sí, y teniendo todavía ante los ojos el espectáculo de medio millón de españoles debatiéndose en la miseria y sometidos a las más viles humillaciones (esto está escrito apenas terminada la contienda. Antes de que terminase aquel año 1939, casi tres cuartas partes de los exiliados habían vuelto a España, dato generalmente olvidado por “historiadores” de esta línea), de las que una elemental previsión reiteradamente aconsejada les hubiera librado, después de todo eso, ¿se atreve usted a decir que yo incubaba la catástrofe? Jamás conocí un sarcasmo tan terrible como el contraste entre sus inmensas responsabilidades y su jactanciosa actitud que le permite condenar caprichosamente a los demás, y encima exigir, a guisa de premio, el reconocimiento de su jefatura de Gobierno con carácter permanente por indefinido”. Negrín, por su parte, insistía en que “a nuestra causa no la han vencido los facciosos. No. La han vencido las asechanzas de unos cuantos malandrines”.

¿Quién tenía razón? En apariencia, Prieto. Una de las cosas más llamativas en los líderes republicanos y revolucionarios es su total ausencia, al menos en sus escritos, de sentimiento de responsabilidad o culpa por los desastres ocurridos bajo su mando. Azaña y Alcalá-Zamora, bajo cuyas presidencias del gobierno y del estado respectivamente rodó el país a la catástrofe, se las arreglan para cargar todas las responsabilidades sobre lo demás, y otro tanto hace Negrín al discutir con Prieto.

Y sin embargo, es Negrín quien, si damos por válidos los planteamientos que les eran comunes (defensa de la república y la democracia, etc.) tiene razón, o por lo menos tiene la mayor parte de razón. Pues para vencer al fascismo no había otra opción que apoyarse en Stalin y sus agentes, los comunistas españoles, ya que las democracias no acababan de reconocer como una de las suyas al régimen edificado sobre el derrumbe revolucionario de julio del 36.

Los comunistas rusos y españoles eran los únicos que tenían medios, y algo más importante que medios: una auténtica estrategia. Apoyarse, a no ser muy secundariamente, en el conglomerado de anarquistas, azañistas, socialistas de Prieto o de Largo Caballero y grupos parecidos, habría llevado a la derrota en muy pocos meses. La resistencia sólo podía plantearse en los términos en que Negrín lo hacía, y éste no dejaba de tener bastante razón cuando maldecía a los derrotistas y maniobreros que perturbaban sus esfuerzos.

Lo que Prieto y Negrín pasaban por alto era el coste gigantesco, en medios y en vidas, de aquella política, única posible desde su propio planteamiento. Ese coste era, para empezar, la pérdida de la independencia española y del control sobre sus reservas financieras (Preston tiene gracia cuando, en crítica al aserto de Bolloten de que Negrín hizo mucho por extender la influencia comunista, recuerda el auxilio fascista al otro bando… donde no tuvo ese inmenso coste). Otra tremenda exigencia de esa política consistía en la multiplicación de las víctimas y destrucciones en una resistencia sin sentido… a no ser que enlazase con la guerra mundial, lo cual habría multiplicado el número de víctimas y destrozos. No hubo coste en democracia, porque la misma había dejado de existir antes de la hegemonía comunista, pero sí lo hubo en supeditación de las demás fuerzas políticas a la estrategia soviética, en nombre de la disciplina contra el enemigo común.

Cada uno de estos sacrificios habría justificado una rebelión de los anarquistas, socialistas y republicanos contra Negrín y los comunistas, y así terminó ocurriendo, aunque ya in extremis. Los “malandrines” de que habla Negrín fueron, efectivamente, quienes terminaron con la resistencia “republicana”, pero debe reconocerse que habían sufrido tanto a manos de Stalin y sus secuaces españoles, que prefirieron la represión franquista.

Estos terribles costes no impresionan lo más mínimo a Preston o a Miralles, que, en función del objetivo de vencer al franquismo pasan por alto —como Negrín— cualquier sacrificio… ajeno, naturalmente. Mi aserto de que los nacionales eran los patriotas, es decir, los que defendían la nación española, podría quedar contradicho por la evidencia de que el Frente Popular desató en la guerra una masiva propaganda patriótica, llamando a luchar contra la "invasión" de alemanes, italianos y moros. Como ya expliqué, las ideas y tendencias izquierdistas-separatistas eran realmente antiespañolas, y el grito "¡Viva España!" llegó a ser subversivo. Pero todos, y más que nadie los comunistas, entendieron pronto que el patriotismo era una fuerza movilizadora muy potente y quisieron arrebatársela al bando de Franco. Los comunistas, por cierto, eran agentes directos y orgullosos de la Unión Soviética, a cuyos intereses posponían los españoles sin la menor vacilación.

En esa línea, me parece que Payne cae en un error extendido al describir así a Negrín: "A diferencia de gran parte de la izquierda, no solo era un patriota, sino incluso una especie de nacionalista español". Quizá él se sintiese así personalmente, pero lo que cuenta, a mi juicio, son los actos reales, y no encuentro mucho patriotismo en la entrega de Negrín a los comunistas, en la imposición al país de unos sacrificios inútiles cuando la guerra estaba perdida, ni en su empeño por lograr la intervención militar francesa y la extensión del conflicto, que acarrearía muchas más víctimas y daños. También puede describirse como patriota a Azaña en cuanto a sus sentimientos íntimos, siempre que se añada que él pensaba en una España renovada según ideas rudimentarias y simples, y sin raíces en una historia que él caricaturizaba y detestaba según las líneas de la Leyenda Negra. Y lo mismo ocurría con Negrín.

Sobre la polémica en torno a su relación con la URSS y el PCE, Stanley Payne señala que "los comunistas (...) no le consideraban ni un agente ni un criptocomunista, sino más bien un socialista prosoviético que conservaba su propia identidad". Esto es probablemente cierto, y por mi parte nunca creí que Negrín se entregase subjetivamente a los estalinistas. Pero en el plano práctico lo hizo, aun con pequeños desacuerdos ocasionales. No puede olvidarse que Negrín fue el principal fautor de la entrega del oro a Stalin, una decisión que no derivaba de "la imposibilidad de hacer otra cosa", como ha querido justificarse. Derivaba de la estrechísima afinidad, en aquel tiempo, entre la URSS y el partido del Lenin español, aspirante a la dictadura del proletariado, un dato que suelen obviar los apologistas de Negrín; y no incluyo entre estos a Payne, aunque me parece que está algo influido por ellos.

El envío del oro a Moscú tuvo una consecuencia política crucial muy rara vez mencionada: redujo al Frente Popular a una dependencia de Moscú, ya que la recuperación del oro era impensable y los suministros bélicos a España dependían de él. Esta cuestión es distinta, y mucho más relevante, de la de si Stalin robó más o menos de aquel oro, asunto a mi entender muy secundario pero que ha recibido atención desmesurada. Dudo que robara porque no le convenía. Lo decisivo fue que, en adelante, el Kremlin controlaba los suministros, es decir, el destino del Frente Popular. Lo cual, junto al hecho de disponer en España del partido más fuerte, organizado y disciplinado, como llegó a ser el PCE (partido agente de Stalin, repito), da idea del grado de supeditación a la URSS que Negrín impuso a la parte del país donde dominó. Que lo hiciese con una u otra intención o ilusión es lo de menos.

Tampoco puedo coincidir con Payne en que Negrín "había llegado a la conclusión de que la guerra debía prolongarse, principalmente para poder negociar una rendición en condiciones más aceptables" y "lograr cierta protección para los muchos izquierdistas que quedarían en el régimen de Franco". Las propias explicaciones de Negrín indican más bien que desde pronto pensó que solo podría ganar la guerra internacionalizándola. Esta fue su estrategia esencial y la base de sus maniobras dilatorias como los "puntos" de los que se burlaba Azaña. Quería, en definitiva, prolongar la guerra civil hasta enlazarla con una guerra general europea, y así lo dijo explícitamente. Y en ningún momento tomó medidas para salvar a los izquierdistas –miles de ellos complicados en crímenes atroces–. Lo que no significa que no fuese un hombre previsor: desde el mismo momento en que envió el oro a Moscú, ya en el primer año de la guerra, organizó concienzudamente el saqueo de bienes públicos y privados con vistas a asegurarse una vida cómoda y una influencia política en el eventual exilio.

La relación entre Prieto y Negrín se fue deteriorando hasta el punto de que Negrín decidió aceptar la dimisión de Prieto el 30 de marzo de 1938. Antes de esta fecha se produjeron incidentes como el enfrentamiento entre las dos personalidades del Gobierno en Pedralbes el 31 de diciembre de 1937. Eran las fechas de la victoriosa campaña de Teruel y el presidente del Gobierno organizó una cena con invitados para celebrar el hecho. El ministro de Defensa disculpó su asistencia al ágape y prometió su concurrencia al final de la comida. Cuando apareció en el salón donde se hallaban reunidos al convite, Negrín se dispuso a abrazar a su ministro como muestra de felicitación por el triunfo, pero Prieto parando en seco al presidente, le dijo públicamente que la victoria era un espejismo pues la guerra estaba irreversiblemente perdida. Negrín perdió los nervios y ante los invitados le afeó su conducta a Prieto.

Nada más dejar el Gobierno, Prieto pudo ser destinado a la embajada en México pero Azaña le pidió que se quedara pues deseaba tener un posible candidato a la Presidencia del Gobierno en el caso de que Negrín cayera. Pero esto no ocurrió y Prieto halló una ocasión para salir del Estado cuando Negrín le ofreció la embajada a la toma de posesión del cargo del presidente chileno Pedro Aguirre Cerdá. Incluso en esta embajada se manifestaron las discrepancias entre los dos políticos socialistas, pues Prieto marchó a América con la condición de hacer campaña a favor de una mediación latinoamericana en el conflicto hispano.

Poco después de la partida de Prieto comenzó el declive definitivo de la República. La derrota de la batalla del Ebro y la posterior ofensiva franquista en las Navidades de 1938 trajeron como consecuencia que para los primeros días de febrero los franquistas hubieran conquistado todo el territorio catalán. A la República solo le quedaba la zona Centro-Sur, incomunicada por tierra con el continente. Que la contienda estuviera definitivamente perdida no cambió en nada la determinación de Negrín de prolongar el conflicto hasta que la guerra comenzara en Europa. Pero por muy fuerte que fuera la voluntad de Negrín, lo cierto era que cada vez se estaba quedando más solo. Si bien, en general, en todos los partidos y sindicatos, con la excepción tal vez de los anarquistas, hubo sectores partidarios de Negrín, el apoyo más sólido e importante del presidente fueron los comunistas, hasta el punto de confundirse la militancia de Negrín con el PC. Pero la determinación de Negrín y el apoyo del PC no pudieron impedir que el coronel Casado, apoyado por Julián Besteiro, diera un golpe de Estado y precipitara el final de la guerra, no sin antes declararse otra guerra civil en el bando republicano como se había producido en Barcelona.

Para cuando se produjo el golpe de Casado, Negrín había dispuesto el envío de cuantiosos bienes al extranjero con el fin de atender las necesidades de la emigración. Negrín era consciente de las limitadas fuerzas a su disposición y sabía que, antes o después, la suerte de la República pasaba por la derrota, por eso tuvo el acierto de crear un órgano de asistencia a los exiliados y de dotarlo generosamente. Este organismo de ayuda nació con la idea de ser unitario y sustituir a otros como el Comité Nacional de Ayuda a España. Sin embargo, en la historia del exilio ambos dirigentes socialistas volverían a encontrarse, y Prieto le haría pagar a su antiguo protegido todos sus “errores” y, finalmente, le desbancaría de su posición de dirigencia del socialismo español. En esto Prieto, además de su gran capacidad política, contó con mucha suerte de cara.

En efecto, a la vez que en Francia el Gobierno republicano creaba el Servicio de Emigración de Republicanos Españoles (SERE) para evitar que el recién reconocido Gobierno franquista pudiera requisar los bienes evacuados, el gabinete de Negrín decidió esconder parte del tesoro expatriado en el único país que ofrecía unas garantías mínimas de seguridad, México. Mientras en Francia por parte del SERE se hacía lo materialmente posible para atender a los cientos de miles de exiliados, entre otras cosas, preparando la emigración a repúblicas americanas, especialmente a México, Negrín llamó a un grupo de marineros fieles para una curiosa misión que finalizó de una manera no menos curiosa. México se había ofrecido para acoger a un gran número de exiliados, era uno de los pocos países que había simpatizado con la República y era lógico pensar en que era el mejor refugio para parte de los bienes evacuados. Negrín, desde sus días de ministro de Hacienda, contó con la colaboración de los tripulantes de unos bous bacaladeros que la República utilizó para transportar el oro del Banco de España desde Cartagena a Odesa y otros servicios de guerra. A estos marineros, en su mayoría de Lekeitio, se les unieron dos lekeitiarras más en el transporte de los bienes republicanos a México, José Ordorika y Marino Gamboa. El primero como patrón y el segundo en calidad de armador, labor a la que se dedicó durante toda la guerra transportando bienes para los gobiernos vasco y republicano. En este caso de Gamboa se daba la circunstancia de que tenía pasaporte estadounidense debido a su origen filipino. El barco que fletó Marino Gamboa para transportar el tesoro republicano a México fue un yate de lujo al que se denominó Vita.

El Vita llegó con algún susto a Veracruz, pero sin mayores problemas. Los sustos y problemas se producirían en tierras mexicanas. El delegado negrinista encargado de hacerse con el cargamento no se presentó en el puerto y el “secreto” de la operación si ya era frágil en Europa antes de la partida del yate, en México se volvió vox populi. Los responsables del Vita se asustaron y contactaron con la personalidad republicana más importante residente en la república azteca, Indalecio Prieto. Este, valiéndose de las buenas relaciones con el presidente Cárdenas y de las divisiones entre los exiliados, se sirvió del tesoro del Vita para hacerse fuerte en el destierro español. Convocó a algunas personalidades exiliadas en México y las redujo a su favor. Acto seguido, convocó a la Diputación Permanente de las Cortes e hizo que se desdijera de lo acordado semanas antes cuando había apoyado a Negrín además de que le apoyara en la pretensión de crear un nuevo organismo de atención a los exiliados españoles que se dio en llamar Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE).

De nada sirvieron las llamadas de Negrín para buscar una solución consensuada en esta nueva crisis republicana pues Prieto en ningún momento se mostró flexible a un acuerdo. El orgullo herido del diputado bilbaino no atendió a razones y rechazó todas las propuestas que le llegaron de Negrín. Prieto, además, contó con el factor anticomunista a su favor. No solo era él quien acusaba de filocomunista a Negrín. El SERE estaba catalogado como tal, basándose en el favoritismo por parte del SERE al PC y a los sectores partidarios del antiguo presidente del Gobierno a la hora de distribuir ayudas entre los exiliados. Este filocomunismo se volvió en contra de Negrín y los suyos cuando en agosto de 1939 la URSS firmó un acuerdo de colaboración y de no agresión con Alemania y a continuación atacó Polonia. La reacción occidental fue declarar la guerra a Alemania y perseguir al comunismo. En este contexto, la policía francesa intervino las sedes del SERE y, finalmente, en la primavera de 1940, cerró sus instalaciones. Para entonces el organismo negrinista había gastado más de 90 millones de francos en atender a los exiliados españoles, mientras la JARE casi no se había estrenado en la labor. Primero, porque se había demorado su creación, segundo, porque no tenía la infraestructura con que contaba el SERE y, en último lugar, porque sus bienes estaban en América.

Para cuando se produjo la ocupación alemana de Francia en junio de 1940, el SERE había sido intervenido y tenía muchas dificultades para operar. Además la nueva situación de ocupación hizo que Negrín se tuviera que refugiar en Inglaterra, donde el Gobierno le era hostil y donde poca labor política podía hacer pues había pocos exiliados españoles. Por el contrario, en México, Prieto contaba con grandes cantidades de dinero, muchos exiliados y un Gobierno favorable. Para cuando terminó la II Guerra Mundial y se vislumbraron algunos rayos de esperanza para retornar del exilio y derrocar la dictadura española, Prieto era el dirigente exiliado más importante y obedecido por casi todos, excepción hecha de los nacionalistas y comunistas y logró que se cumpliera su voluntad de orillar a Negrín y a los comunistas. Pero de poco sirvió todo aquello, la nueva situación internacional de guerra fría favoreció a Franco y mantuvo definitivamente en el destierro tanto a Negrín como a Prieto, además de a la democracia.


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