lunes, 18 de octubre de 2021

LA MARCHA VERDE

El 30 de octubre de 1975, mientras Juan Carlos volvía a asumir la jefatura del Estado en funciones, soldados marroquíes invadieron el norte del Sáhara. A las fuerzas españolas se les dio orden de no contenerlos y de limitarse a minar los alrededores de El Aaiún. Resultaba tan obvio lo que iba a suceder que buen número de los mandos militares era partidario de machacar a los invasores y avanzar después hasta Rabat. Habían realizado una precisa planificación militar que les daba por ganadores en la guerra contra Marruecos. Sin embargo, el gobierno español, que temía una guerra santa proclamada no sólo por Hassán II, sino también por el dictador libio Gadaffi, ordenó el mantenimiento de la disciplina. 

Así fue efectivamente porque el general Gómez de Salazar se hallaba al mando. Con todo, los militares españoles procuraron pasar información al Polisario en vista de la guerra que se avecinaba. El 2 de noviembre, cumpleaños de doña Sofía, Juan Carlos aterrizó en El Aaiún para explicar a los mandos la posición del gobierno. Esa misma jornada, el jefe de la Yemaa partía hacia Marruecos para rendir pleitesía a Hassán II en Agadir. El 3 de noviembre, los trescientos cincuenta mil participantes de la Marcha Verde se encontraban en Tarfaya. Durante casi dos semanas habían sido llevados en tren hasta Marrakech, desde donde habían partido hacia Tarfaya en siete mil ochocientos trece camiones. Hassán II podría jurar que le era imposible contener a la turba, pero la realidad es que ésta no habría podido dar un paso sin sus órdenes expresas y su apoyo logístico. De hecho, ese mismo día, el primer ministro marroquí, Ahmed Osman, aseguraría al príncipe, a Arias, a Cortina y a Solís, que la Marcha Verde penetraría tan sólo 10 kilómetros hasta la cercanía de la zona minada. Una vez allí, los marroquíes se detendrían por espacio de cuarenta y ocho horas y luego se retirarían. Acto seguido, se celebrarían conversaciones y España realizaría la transferencia de dominio. 

El 6 de noviembre, la Marcha Verde —cuyos miembros enarbolaban banderas marroquíes, retratos de Hassán II y ejemplares del Corán—invadió el Sahara. Entre los civiles circulaban columnas militares armadas con blindados y autoametralladoras. El rey marroquí había pactado con Madrid que sus súbditos se internarían tan sólo 10 kilómetros en el territorio y luego se replegarían. Hassán II, como era de esperar, no hizo honor a la palabra dada. Por el contrario, ordenó que la Marcha siguiera, advirtiendo de que podían producirse choques bélicos. Al día siguiente, por si quedaba duda alguna de su verdadero talante, otros cien mil marroquíes cruzaban la frontera hacia el este. 

Finalmente, el gobierno español cedió. Como era de esperar, el secretario general de la ONU, Kurt Waldheim , quedó espantado ante la posibilidad de una invasión del territorio por Marruecos, una vez que España se hubiera retirado. Precisamente por ello propuso que las Naciones Unidas se hicieran cargo del territorio para conducirlo hasta la autodeterminación. Para llevar a cabo esa misión tan sólo pedía de España que le dejara un contingenté de diez mil legionarios que serían colocados bajo pabellón de la ONU. Sin embargo, el gobierno de Arias Navarro ya había decidido capitular ante las presiones de Hassán II. A finales de octubre de 1975, las tropas españolas recibieron órdenes de retirarse de los puestos del interior del Sáhara para dejar camino a las fuerzas de Marruecos en el norte y de Mauritania en el sur. 

La entrada del ejército marroquí en el Sáhara revistió auténtico carácter de genocidio. removieron cielo y tierra para evitar que se torturara a los saharauis, les proporcionaron medios para resistir a los agresores y en algunos casos incluso llegaron a desertar para unirse a la lucha contra los invasores. De hecho, faltó poco para que el cuartel general del ejército marroquí en el Sáhara fuera volado por soldados españoles. A las 11 de la mañana del 28 de febrero de 1976 se arrió la última bandera española en el Sáhara. Tan sólo unas horas antes, los saharauis habían proclamado la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Esa misma noche, los últimos españoles subieron a un avión que les llevaría de El Aaiún a Las Palmas. En el fuselaje del avión habían pintado con grandes letras «¡Viva el Frente Polisario!» 

A veintisiete años de distancia en los que los saharauis no han dejado de luchar encarnizadamente contra el invasor marroquí, España es la única potencia que mantiene la necesidad de celebrar un cada vez más hipotético referéndum de autodeterminación. Durante todo este tiempo, también ha sido, como el Sáhara, objeto de incontables agresiones de un enemigo islámico reivindicativo. 

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