sábado, 16 de octubre de 2021

LA INVASION DEL SAHARA

LA AGRESIÓN MARROQUÍ (II): LA INVASIÓN DEL SAHARA

La presencia española en el Sahara puede remontarse al siglo XV. En virtud de los tratados de Alcaçova y Tordesillas, suscritos con Portugal, España se vio autorizada para establecer un puerto en la costa del Sáhara que tendría la denominación de Santa Cruz de Mar Pequeña. El puesto sería destruido por los saharauis en 1527, pero durante los siglos sucesivos España mantendría sus derechos sobre la zona. De hecho, el 28 de mayo de 1767 España y Marruecos firmarían un tratado en el que este último reino reconocería que sus dominios no llegaban hasta el Sáhara y que la costa de Santa Cruz de Mar Pequeña no era de su jurisdicción. El mencionado texto legal no podía resultar más elocuente, ya que el propio sultán de Marruecos afirmaba taxativamente en él que carecía de derecho alguno sobre el Sáhara.

Durante el siglo XIX se intensificaron los contactos entre España y el Sáhara. De hecho, los saharauis utilizaron como moneda de cambio la española de la época de Isabel II —el «sabil», como la denominarían— y contemplaron cómo los barcos pesqueros españoles faenaban en sus costas. En 1881 el gobierno español estableció una plataforma frente a la península de Rio de Oro, que adquirió a los Uad Delim ante notario. Dos años después se creó la Sociedad Española de Africanistas, y en 1884, el capitán Bonelli realizó una expedición en el curso de la cual se establecieron las factorías deVilla Cisneros (Rio de Oro), Medina Gatell (Cabo Blanco) y Puerto Badía (Bahía de Cintra) y se firmaron convenios con las distintas tribus. Ese mismo año, España estableció un protectorado entre la Bahía del Oeste y Cabo Bojador, al que Marruecos no opuso ninguna objeción por la sencilla razón de que aquel no era territorio perteneciente a su reino.

En enero de 1885, llegaron al Sáhara los primeros militares que, a las órdenes de Bonelli, llevaron a cabo varias expediciones hacia el interior para trabar lazos de amistad con las distintas tribus. Al año siguiente, la Sociedad Española de Geografía Comercial envió la expedición de Alvarez Pérez. Fruto de la misma fue un pacto con varias tribus suscrito ante notario en virtud del cual se establecía un protectorado entre Uad Chbeika y Cabo Bojador. Poco después, durante el mes de mayo del mismo año, llegó al Rio de Oro otra expedición, la de Cervera, Quiroga y Rizzo, que cruzó el Tiris y penetró en el Sáhara. También en este caso se concluyó un acuerdo con los habitantes estableciendo que «todos los territorios comprendidos entre la costa de las posesiones españolas del Atlántico, desde Cabo Bojador a Cabo Blanco y el límite occidental del Adrak, pertenecen a España». Por parte de los saharauis firmó el emir de Adrar, que todavía en 1892 era desconocido por los marroquíes por la sencilla razón de que no tenían ninguna relación con aquel territorio, aunque sí era un personaje conocido —y temido— por Francia.

No deja de ser significativo que los saharauis vieran con muy buenos ojos la llegada de los españoles, a los que concibieron como defensores de su libertad frente a otras potencias. De hecho, si España lo hubiera deseado habría tenido la posibilidad de ocupar mucho más territorio del que consagraban aquellos primeros tratados. También revelador resulta que ese territorio se viera mermado no por voluntad de sus habitantes —jamás relacionados con Marruecos— sino por las presiones francesas que mediante diversos tratados frieron cercenando las posesiones españolas. El último acuerdo suscrito en 1956, y en vigor desde el año siguiente, culminaría precisamente ese proceso de disminución de la presencia española en el Sáhara. Curiosamente, Francia fue añadiendo a su protectorado marroquí algunas de las porciones desgajadas del Sáhara, y de esa manera contribuyó a incrementar enormemente el territorio de este reino. Sin embargo, se trataba de zonas —y esto conviene no olvidarlo—que siempre fueron independientes de Marruecos y que incluso bajo gobierno francés no se identificaron con este reino.

Por lo que se refiere a la ocupación llevada a cabo por España, a pesar de los recortes impuestos por Francia, fue lenta. En 1920 se ocupó la Agüera, pero hasta los años treinta no se avanzó hacia el interior. La razón no fue otra que las peticiones reiteradas de los saharauis a España para que  acudiera a ayudarlos en la lucha que libraban contra Francia. Así, en 1934 —el mismo año de la ocupación de Ifni, como ya vimos— las fuerzas españolas se adentraron en el Sáhara y fundaron el puesto de Aargub, ocupando además Daora y Smara. l último sultán azul se entregó a la sazón a España y se estableció en Cabo Juby, entonces Villa Bens, y posteriormente en Tarfaya. El sultán azul sentía un enorme aprecio por los hombres procedentes de España heredado de su padre, el legendario Cheij Ma al Ainin, quien había instado a los saharauis a que si tenían que entregarse a algún gobierno extranjero lo hicieran a los españoles, ya que eran «los más nobles entre los cristianos». Esta apreciación —consolidada por la práctica cotidiana, especialmente en comparación con el comportamiento de Francia— explica que España pudiera gobernar pacíficamente el territorio hasta 1956, el año de independencia de Marruecos. A partir de ese momento, el imperialismo marroquí lanzaría su política de agresividad sobre el Sáhara.

La invasión marroquí

 En 1956, Marruecos obtuvo la independencia e inició de manera casi simultánea una política que pretendía la construcción de un imperio islámico. En los textos de los teóricos del imperialismo islámico marroquí se reivindicaba que el límite norte de ese imperio debía ser Toledo, ya que hasta allí habían llegado en su día los almorávides, y al sur, Senegal y Timbuctú. Sin embargo, de momento, las agresiones marroquíes iban a limitarse a los territorios ubicados en el continente africano. En 1957 el ELN, creado por Marruecos, comenzó a penetrar en territorio saharaui supuestamente para combatir a las fuerzas francesas. Semejante eventualidad fue acogida favorablemente por el gobierno español, que tenía un dilatado memorial de agravios contra Francia sin percatarse de que los musulmanes que en esos momentos predicaban la guerra santa contra el vecino galo no tardarían en volver las armas contra España. Efectivamente, así fue.

En paralelo a lo que se conocería como la guerra de Ifni, las fuerzas marroquíes, convenientemente disfrazadas de guerrilleros incontrolados, lanzaron una ofensiva contra los puestos militares del territorio. No hubo más remedio entonces que evacuarlos concentrando la defensa en El Aaiún, Villa Cisneros y Güera. El repliegue se realizó en condiciones durísimas e incluso llegó a ser aniquilada casi por completo una bandera de la Legión en la zona de Echera, a unos 40 kilómetros de El Aaiún, en febrero de 1958. Sólo entonces las autoridades españolas entraron en conversaciones con las francesas para acabar con las acciones del ELN. Fruto de esas conversaciones serían las operaciones llevadas a cabo durante la segunda quincena de febrero de 1958. Mientras la aviación francesa machacaba literalmente cualquier movimiento en el desierto sin ningún género de escrúpulos respecto a los objetivos, las tropas españolas intentaban cerrar por el norte toda posibilidad de retirada del enemigo hacia Marruecos, mientras embolsaba a los combatientes en Saguía al Hamra. En paralelo, fuerzas terrestres francesas bloqueaban la posibilidad de retirada marroquí hacia Mauritania o Argelia.

Las operaciones iban a durar un par de semanas y se desarrollaron con  tanto éxito que en la capital marroquí no sabrían nada de lo sucedido hasta tres días después de su conclusión. Aún tardarían más en enterarse de que el ELN había sido aniquilado por la acción conjunta hispano-francesa en la que había colaborado activamente El Jatri, dirigente de la tribu de Boihat. El Jatri sería capturado por los españoles y poco faltaría para que muriera por equivocación. Sin embargo, se había manifestado desde un principio contrario a la «liberación marroquí», de la que sabía que no era más que un intento de anexionarse un territorio al que no tenía ningún derecho, y había sido partidario de la colaboración con los europeos frente al imperialismo islámico de Rabat. Sería precisamente El Jatri el encargado de escribir un nuevo capítulo de la presencia española en el Sáhara.

Del alzamiento de El Jatri a la muerte de Basir

La guerra de 1959 precipitó a no pocos saharauis hacia los países cercanos en un intento de escapar de una posible prolongación de las operaciones. Como ya había sucedido con el protectorado de Marruecos, España tenía voluntad de permanecer en el Sáhara, y más después de que se descubrieran los yacimientos de fosfatos de BuCraa. Sin embargo, desde el momento en que Francia concedió la independencia a Mauritania tal posibilidad se convirtió en quimérica. La respuesta de España —sometida a una campaña internacional despiadada que orquestó Marruecos— fue reconocer en 1960 que el Sáhara se encontraba dentro de los territorios no autónomos, un movimiento previo a la independencia futura. Al igual que en tantas ocasiones anteriores y posteriores, el paso de España no fue interpretado por Marruecos como un gesto amistoso, sino como una muestra de debilidad, y provocó inmediatamente nuevas reacciones hostiles. Marruecos a esas alturas no sólo ansiaba hacerse con el Sáhara, sino que veía con verdadera contrariedad la explotación de unos yacimientos de fosfatos, los más importantes del mundo, que competían con los propios.

A partir de 1965, las Naciones Unidas exigieron cada año la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara. Se trataba de una puesta en escena impulsada por Marruecos y por Mauritania y secundada por las demás dictaduras tercermundistas, amén de las comunistas. Este respaldo internacional iba a ser el telón de fondo de un alzamiento militar saharaui en 1967.

Como forma de enjugar el paro entre una población que carecía de recursos de subsistencia propios, las autoridades españolas en el Sahara habían dado inicio a la construcción de una red de pistas en el desierto. El Jatri ideó aprovecharse de semejante coyuntura provocando una huelga general que paralizara el territorio y sobre la que se superpondría una sublevación militar bajo su dirección. Las razones de la rebelión estuvieron más vinculadas, al parecer, con una enemistad personal de El Jatri con un español que con sentimientos nacionalistas. En cualquier caso, la huelga fracasó y con ella el levantamiento armado.

Esta circunstancia impulsó un nuevo cambio en la política de la administración española. Así, en virtud de un decreto de 11 de mayo de 1967, se creó la Yemaa o Asamblea General del Sáhara. Aunque se ha repetido en más de una ocasión que la Yemaa reproducía fundamentalmente el esquema de las Cortes orgánicas españolas, lo cierto es que su representatividad era mayor, e incluso a partir de entonces se determinó la elección democrática de los jefes de cada tribu.

El 18 de diciembre de 1969 nació el Movimiento de Vanguardia para la Liberación del Sáhara. La afiliación en el mismo se realizaba mediante un juramento en el nombre de Allah y sobre el Corán. Su secretario general era un joven llamado Basir Mohammed Uld Hach Brahim Uld Lebser. Lo que se encerraba en las acciones de este personaje dista mucho de ser obvio, siquiera porque la documentación completa sobre él no es accesible en la actualidad. Perteneciente a la tribu de los Erguibat, que se pretende emparentada con Mahoma, para algunos Basir no fue sino una correa de transmisión de Marruecos para enrarecer la situación en el Sáhara y forzar el abandono de España. Otros, por el contrario, han insistido en que fue exactamente lo contrario, un saharaui que temía que España entregara el territorio a Marruecos y que llegó a la conclusión de que sólo un proceso de independencia podría evitar semejante atropello. El hecho de que intentara en diversas ocasiones negociar con las autoridades españolas no contribuye desde luego a esclarecer el enigma, que tendría un final trágico. El 17 de junio de 1970 estaba convocada una manifestación de apoyo a las autoridades españolas en El Aaiún a la que Basir decidió enfrentarse mediante otra paralela.

A esas alturas, sin embargo, las autoridades españolas estaban convencidas de que Basir, de origen marroquí y sin permiso de residencia en el territorio del Sáhara, era un agente al servicio del sultán, como lo habían sido los guerrilleros del ELN una década antes. Cuando el 17 de junio a la manifestación oficial se superpuso otra de carácter independentista , no cupieron más dudas. La contramanifestación fue reprimida con dureza, produciéndose un número de muertos situado entre cuatro y diez y una veintena de heridos y, junto con otros cabecillas, Basir fue detenido e interrogado. El 29 de julio se le expulsó a Marruecos y desapareció totalmente. Su destino final nunca ha quedado esclarecido de manera irrefutable. Por supuesto, se ha especulado con la posibilidad de que lo asesinaran efectivos españoles. Sin embargo, tal eventualidad se contradice con datos documentales tan importantes como el hecho de que el 15 de septiembre de 1970, el delegado provincial de orden público lo creyera en activo y dictara una orden de detención contra él.

Precisamente por ello, pensar que con su muerte se perdió una oportunidad dorada de pactar una salida negociada del Sáhara no supera el terreno de la especulación. La realidad de Basir —agente de Marruecos o independentista, quizá incluso ambas cosas— sólo la conocía él y con él yace en algún lugar del norte de África.

 

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