domingo, 9 de noviembre de 2014

LA VOZ DE AZAÑA


Nos encontramos ante un discurso pronunciado por el presidente de la República en pleno trance de la guerra Civil (1936-1939). Por lo tanto tiene una naturaleza pública y un carácter subjetivo. El mensaje fundamental consistió en llamar la atención sobre el futuro y la reflexión que habría de suscitar el drama bélico. Entiende el nuevo contexto postbélico como un crisol en el que habrán de imponerse las palabras “Paz, Piedad y Perdón”.

Su elitismo le hizo distanciarse de las grandes convulsiones y de las posiciones violentas. No de otra forma puede entenderse esa neutralidad y esa moderación verbal en medio de una guerra civil que estaba próximo a perder el bando republicano que él mismo representaba.

Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880 – Montauban, 1940) estuvo encuadrado en la “izquierda burguesa”. De familia acomodada, estuvo becado en la Facultad de Derecho de París.

Por oposición ingresó en la Dirección General de Registros y Notariados. Alcanzó un mayor protagonismo en la formación de grupos republicanos bajo la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). La caída de la
dictadura precipitó su salto hacia la alta política. Al llegar la República, el 14 de abril de 1931, se convirtió en Ministro de Defensa y, poco más tarde, en Presidente del Gobierno. En ese primer bienio republicano – socialista (1931-1933), Azaña quiso emprender ambiciosas reformas. El cambio de régimen, sin embargo, pronto comenzó a descontentar a todos. Además de la reforma agraria o la concesión de autonomía a ciertas regiones (Cataluña), Azaña centró su reformismo en dos líneas de trabajo: la Iglesia y el Ejército.

El desgaste del gobierno republicano – socialista produjo la victoria de las derechas en noviembre de 1933. Tras el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, se convirtió en presidente de la República, en sustitución de Alcalá Zamora.

Fue en ese destacado puesto desde el que vivió el estallido de la Guerra Civil. A las alturas de 1938, Azaña se había trasladado con el gobierno, primero a Valencia y luego a Barcelona. Comenzó a pensar en la posibilidad de terminar con el cruel conflicto civil. De este empeño suyo es un buen exponente el texto que
estamos comentando, contrario a proseguir la guerra a cualquier coste, en contraste con lo que pensaba el entonces Presidente del Gobierno (el doctor Negrín). Solo, Azaña presentó su dimisión el 27 de febrero de 1939 desde la embajada de París. En noviembre de 1940 falleció en Francia acompañado por su esposa. Atrás dejaba no sólo una biografía política, sino también varias obras literarias.

Este discurso se denominó de las tres “P” (Paz, Piedad y Perdón). Su intención básica era pedir el retorno a la concordia nacional bajo un contexto en el que la guerra parecía razonablemente perdida ya para la república. Pero no era del mismo parecer Negrín, el máximo responsable gubernamental, quien buscó la
prolongación de la guerra hasta mezclarla con el conflicto global que se avecinaba (Segunda Guerra Mundial).

En esa divergencia de pareceres Azaña perdió la partida, siendo neutralizado políticamente. Azaña, en primer lugar, rechaza todo lo que signifique guerra y violencia (línea 2). Sin embargo, da la impresión de que no logra alcanzar las causas profundas del estallido bélico (líneas 14-15). Para él, si acaso algo puede sacarse de la guerra, es el fruto de la reflexión para lasgeneraciones futuras y, con ello, evitar un nuevo enfrentamiento.

El uso de cierto tipo de términos cultos, pronunciados en el Ayuntamiento de Barcelona, refleja a quiénes iban dirigidas sus palabras: al gobierno, a las autoridades, a Negrín... El elitismo intelectual de Manuel Azaña, en todo caso, siempre estuvo muy lejos de las grandes masas. De hecho, ni él ni su partido llegaron a alcanzar altas sumas de sufragios en las elecciones generales celebradas entre 1931 y 1936.

La Guerra Civil española puede subdividirse en varias etapas. La primera discurre a lo largo de la segunda mitad de 1936. Se produjo la ruptura del orden vigente y una dislocación social y política de la convivencia. Se configuraron ambas zonas:

Franco accedió a la Jefatura del Estado y a la dirección suprema de los nacionales (1 de Octubre), mientras el socialista Largo Caballero forja el primer gobierno republicano sólido desde el 18 de julio (4 de septiembre). El segundo periodo de la guerra abarca 1937-38. La guerra se ralentizó después de las rápidas conquistas nacionalistas de 1936. Fechas de intervención extranjera, de semiparalización de frentes y de consolidación de las estructuras de guerra, especialmente en la zona nacional. No sería hasta 1938 cuando Franco se decidió a avanzar sobre Aragón y Cataluña, ya comprobado el peligro de las contraofensivas republicanas (Teruel).

Para las alturas de 1938 era comprensible que Azaña pronunciara su célebre discurso. De hecho, el presidente de la Generalitat (Companys), en conexión con Azaña, venía intentando un armisticio con Franco. La estrategia del presidente de la república era clara: ya no se trataba de ganar una guerra, pues estaba perdida; era el momento de mirar hacia el porvenir solicitando de los vencedores “Paz, Piedad y Perdón”. La guerra, en efecto, terminaría pronto, el 1 de abril de 1939.

Negrín, por todos los medios, intentó prolongarla hasta introducirla en el conflicto bélico europeo; Franco, por su parte, también la dilató pero justo hasta el momento en que considerase su poder indiscutible para todos y, por supuesto, antes de que estallase la 2ª Guerra Mundial (septiembre de 1939). Los factores
políticos se superpusieron a los meramente humanitarios de acabar con la guerra: Azaña iba quedándose solo.

Los contenidos reconciliadores del pensamiento de Azaña tuvieron efecto y trascendencia posteriores, pero sólo fueron reconocidos después de muchos lustros. Acabada la guerra, la represión se cebó con los vencidos, sobre todo durante los años cuarenta (Tribunal par la Represión de la Masonería y el
Comunismo). Para los años sesenta constituía un mayor problema para el régimen la oposición interior que los exiliados en el extranjero. Seguía existiendo el exilio, pero la persecución y el encarcelamiento de los años cuarenta eran ya un recuerdo en los primeros años setenta.

Fallecido el dictador, la sucesión en la persona de Juan Carlos I marcó el comienzo de la definitiva reconciliación entre los españoles y, por fin, se convirtieron en realidad las consideraciones que Azaña hiciera en julio de 1938. La tolerancia, la libertad y el libre contraste de pareceres dentro de una atmósfera política pacífica recobraron carta de naturaleza en las futuras generaciones. Durante la transición pudieron comprenderse perfectamente los valores encerrados en las palabras de Azaña.

Ni paz, ni piedad, ni perdón. Manuel Azaña, presidente de la República, ni siquiera ha gozado de los beneficios de la transición. Franco le privó de la nacionalidad, como a otros ilustres españoles, y el actual presidente de las Cortes ha relegado su busto a un lugar casi infamante. Manuel Marín colocó el busto en lugar cercano al hemiciclo el busto de don Manuel (Josefina Carabias publicó un libro titulado "Los que le llamábamos don Manuel"), en zona noble del palacio de las Cortes. No se hizo de ello un acto con boato. No tuvo más sentido político que recuperar a un español que, además de gran escritor y político, se distinguió en el Palacio de las Cortes por su elocuencia y la grandeza de sus pensamientos.

Azaña fue vilipendiado durante muchos años. De él parece que no había otro recuerdo de sus discursos que el de "España ha dejado de ser católica". No me consta que en el Parador de Benicarló, lugar en que don Manuel celebró importantes reuniones durante la guerra civil, pues se desplazaba desde Barcelona, tenga una placa que haga constar uno de sus mejores obras: "La velada en Benicarló". El otro recinto valenciano que se recordó durante años fue el mitin que tanta repercusión tuvo en el campo de Mestalla.

Si uno desea visitar su tumba en Montauban no tiene problemas para encontrar el cementerio en el que está enterrado. A la primera pregunta, el ciudadano local se da perfecta cuenta de que uno es español y antes de aguardar explicación pregunta: "Mesié le president?". En la ciudad francesa, donde vivió sus últimos días amparado por la embajada de México, cuya bandera llevó en el féretro camino del cementerio, porque fue la única manera de protegerlo, hay constancia de que allí hay enterrado un gran español. Don Manuel es en Montauban "mesié le president".
El sepulturero del cementerio se presta rápidamente a acompañar al visitante al panteón del presidente republicano. Está acostumbrado a hacerlo porque siempre tiene visitas. El día en que estuve allí había flores frescas y además de las que representaban los tres colores republicanos había una senyera de republicanos catalanes. Don Manuel está presente en la ciudad que fue su último refugio.

Ocurre lo mismo en Colliure, aunque aquí no hace falta preguntar por la tumba de don Antonio Machado. El cementerio casi está al paso y a pocos metros de la entrada está su panteón. También con flores. Son dos ilustres españoles que han vivido el exilio permanente. Del ciprés plantado junto a su tumba es frecuente que los españoles corten una ramita y la lleven en el salpicadero de su automóvil.

Don Manuel Azaña tenía su busto en lugar distinguido cerca de los escaños desde los que pronunció sus mejores discursos. El actual presidente de las Cortes, Jesús Posada, alumno que fue del colegio de los Jesuitas de Valencia e hijo del gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Jesús Posada Cacho, tomó la decisión de trasladar a don Manuel a un edificio administrativo y cerca de unos mingitorios. Ni siquiera la reconciliación de la transición parece que se le ha aplicado. Y tampoco los partidos de izquierda han protestado firmemente.

"Dentro de cien años habrá mucha gente que no sepa quiénes éramos Franco ni yo", le dijo a Julio Álvarez del Vayo. Estaba equivocado porque su memoria no se conserva de la misma manera que la de quien le derrotó en la Guerra Civil. En 1938, pronunció uno de sus discursos en que pintó el drama de la lucha y afirmó al referirse a las víctimas que "abrigados en la tierra materna ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos su hijos: paz, piedad y perdón". Ni eso.

FRASES

“No me importa que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa de lo que habla.”

“La libertad no hace ni más ni menos felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres.”

“Quiero republicanos para la República”

“Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito”
[18 de julio de 1936, nada más conocer la sublevación militar.]

“No quiero ser presidente de una República de asesinos.”
[Recogido por Claudio Sánchez Albornoz (Entrevista con Sánchez Albornoz, 1976)]

“Si los españoles hablásemos sólo de lo que sabemos, se generaría un inmenso silencio, que podríamos aprovechar para el estudio.”

“En España la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro.”

“Vendría a ser, sin duda, el pueblo catalán un personaje peregrinando por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca ha de encontrar.”
[Discurso en las Cortes el 27 de mayo de 1932.]

“Con la realidad española, que es materia de legislación, ocurre algo semejante a lo que pasa con el lenguaje; el idioma es antes que la gramática y la filología y los españoles nunca nos hemos quedado mudos a lo largo de nuestra historia, esperando a que vengan a decirnos cuál sea el modo correcto de hablar o cuál es nuestro genio idiomático.”
[Discurso en la Cortes el 13 de octubre de 1931.]

“Calificando la política republicana de izquierdas: política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta; en sus diarios, una y otra vez, trata a los políticos que le rodean de obtusos, loquinarios, botarates, gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta, insufrible por su inepcia, injusticia, mezquindad o tontería.”

“Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar.”

“La guerra está perdida; pero si por milagro la ganáramos, en el primer barco que saliera de España tendríamos que salir los republicanos, si nos dejaban.”
[Recogido por Claudio Sánchez Albornoz (Entrevista con Sánchez Albornoz, 1976)]

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