lunes, 23 de agosto de 2021

ARABES EN ESPAÑA

En el año 670 los árabes fundaron Cairuán, y poco después, flanqueando las fortalezas bizantinas, llegaban a Tánger. A finales del siglo VII, los bereberes habían sido sometidos por los árabes de Musa ben Nusayr después de encarnizados combates y el islam alcanzaba el Atlántico controlando Marruecos. El salto al otro lado del estrecho de Gibraltar vino facilitado —que no determinado— por las luchas intestinas que aquejaban a los hispanovisigodos. Los hijos de Witiza solicitaron la ayuda de Musa convencidos de que podrían utilizar a los musulmanes como mercenarios, y que, después de realizado el servicio requerido, volverían a sus dominios del norte de África. El error no pudo ser de mayor envergadura ni verse seguido de peores consecuencias. Los musulmanes no sólo no tenían la menor intención de retirarse, sino que además aniquilaron la riquísima herencia clásica española para sustituirla por un dominio despótico en el que ni siquiera los conversos al islam se sentirían tratados con justicia. Envió Musa, pues, un contingente de fuerzas a las órdenes de Tariq, que no sólo pasó a la Península ayudado por godos tránsfugas como el gobernador de Ceuta, sino que además derrotó a los hispanos en Guadalete. 

Con las tropas musulmanas ya a este lado del Estrecho y un primer ejército godo derrotado, los hijos de Witiza descubrieron que su única alternativa era aceptar a los nuevos amos y conservar parte de su poder, o resistirlos, lo que habría implicado necesariamente olvidar las rencillas políticas que les habían llevado a solicitar su ayuda. Optaron por lo primero. En virtud de un convenio, ratificado por Musa en África y por el califa Walid en Damasco, los parientes de Witiza renunciaron a reinar en España y conservaron una parte del patrimonio regio godo.Con las espaldas cubiertas, las fuerzas musulmanas se lanzaron hacia la conquista de Toledo, capital del reino. Desbarataron en Écija a un nuevo ejército reagrupado tras la derrota de Guadalete y, tras dejar a dos contingentes de tropas para hostigar las principales fortalezas andaluzas, Tariq atravesó Martos, Jaén, Úbeda,Vilches y Alhambra para cruzar Despeñaperros y vía Consuegra alcanzar Toledo. 

La resistencia fue mínima y no resulta extraño, porque las fuerzas que se podían oponer a los invasores eran escasas y porque además los proceres de la ciudad —comenzando por el metropolitano Sineredo— habían huido. El cuantiosísimo botín del que se apoderaron los musulmanes muy posiblemente excitó el ansia de conquista de Tariq porque, aprovechando la calzada romana, desde Alcalá de Henares ascendió por Buitrago y Clunia hasta llegar a Amaya, la ciudad más importante de Cantabria. Una vez allí siguió nuevamente los caminos tendidos por los romanos siglos atrás para alcanzar León y Astorga y regresar a Toledo. Allí Tariq esperó a un nuevo contingente de tropas que, al mando de su jefe Musa ben Nusayr, se disponía a liquidar cualquier foco de resistencia. A diferencia de lo realizado hasta entonces por Tariq, Musa atacó las ciudades cuya sumisión esperaba obtener y que no habían capitulado a pesar de la conquista de la capital. Si la toma de Medina-Sidonia y Carmona resultó relativamente fácil, no puede decirse lo mismo de Sevilla y, muy especialmente, de Mérida. En ambos casos, el asedio musulmán se prolongó durante varios meses, y no logró del todo ahogar la resistencia. Baste para probarlo el hecho de que, tras la caída de Mérida el 30 de junio del año 713 y antes de marchar sobre Toledo, Musa se vio obligado a enviar a su hijo Abd al-Aziz a Sevilla para que sometiera esta ciudad por segunda vez. 

Que la población local no veía con buenos ojos a los invasores se desprende empero no sólo de la resistencia presentada, sino también de que los musulmanes se vieran obligados a encargar la administración de las ciudades conquistadas a los judíos, un sector especialmente maltratado por los visigodos. En alguna ocasión incluso, los árabes se vieron obligados a reconocer la independencia de algún poder local porque su sumisión resultaba, siquiera de momento, impensable. Tal fue el caso del conde Teodomiro, que gobernaba la región murciana desde Orihuela, y con el que Abd al-Aziz concluyó un pacto en virtud del cual el noble hispano se comprometía tan sólo a pagar un tributo, siéndole respetada su independencia.

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