El año 2011 comenzó con una serie de explosiones de ira atronadoras de los
pueblos árabes. ¿Va a dar inicio, con la primavera, una segunda fase del
despertar del mundo árabe? ¿O bien estas revueltas van a ser pisoteadas y al
final abortadas? En el primer caso, los progresos
registrados en el mundo árabe serán necesariamente parte del movimiento de
superación del capitalismo y el imperialismo en todo el mundo. Su fracaso
mantendría al mundo árabe en su estado actual de periferia dominada, que le
impediría erigirse en agente activo de la configuración del mundo.
Siempre es peligroso generalizar cuando se habla del mundo árabe, en la
medida en que se ignora así la diversidad de las condiciones objetivas que
caracterizan a cada país dentro de este conjunto. Por consiguiente, centraré mis
siguientes reflexiones en Egipto, país del que podemos reconocer sin dificultad
el importante papel que siempre ha desempeñado en la evolución general de la
región.
La revolución egipcia en curso ilustra la posibilidad del anunciado fin del
sistema neoliberal, objeto de cuestionamiento en todas sus dimensiones:
política, económica y social. Este masivo movimiento del pueblo egipcio combina
tres componentes activos: los jóvenes «repolitizados» por propia voluntad y en
formas «modernas» que ellos mismos han inventado, las fuerzas de la izquierda
radical y las fuerzas reunidas por los demócratas de clase media.
Los jóvenes (en torno a un millón de activistas) han sido la punta de lanza
del movimiento. A ellos se unieron de inmediato la izquierda radical y los
demócratas de clase media. Los Hermanos Musulmanes, cuyos dirigentes habían
llamado a un boicot de las protestas los primeros cuatro días (persuadidos de
que la represión las barrería) sólo aceptaron el movimiento más tarde, cuando la
llamada, oída por todo el pueblo egipcio, había producido ya grandes
movilizaciones de 15 millones de manifestantes.
Los jóvenes y la izquierda radical persiguen tres objetivos comunes: la
restauración de la democracia (fin del régimen militar y policial), la
instauración de una nueva política económica y social favorable a las clases
populares (ruptura con las exigencias del liberalismo globalizado) y una
política internacional independiente (ruptura con la sumisión a las exigencias
hegemónicas de Estados Unidos y al despliegue de su control militar sobre el
planeta). La revolución democrática a la que convocan es una revolución
democrática, antiimperialista y social. Aunque el movimiento juvenil sigue
diversificado en su composición social y sus expresiones políticas e
ideológicas, en su conjunto se sitúa a la izquierda. Las rotundas
manifestaciones espontáneas de simpatía con la izquierda radical dan testimonio
de su orientación.
Globalmente, las clases medias se ubican en torno a un único objetivo de
democracia, sin poner necesariamente en cuestión el mercado en su estado actual
o el alineamiento internacional de Egipto. No debemos ignorar el papel de un
grupo de blogueros que participan –a sabiendas o no– en una verdadera
conspiración organizada por la CIA. Sus dirigentes son en su mayoría jóvenes de
clase alta, americanizados en extremo, que sin embargo adoptan la pose de
contestatarios contra las dictaduras existentes. El tema de la democracia, en
una versión impuesta manipulada por Washington, domina sus intervenciones en la
red. Con ello participan en la cadena de actores de las contrarrevoluciones
orquestadas por Estados Unidos, bajo el disfraz de revoluciones democráticas,
según el modelo de las revoluciones de colores de Europa del Este.
Sin embargo sería erróneo sacar la conclusión de que este complot es la causa
de las revueltas populares. La CIA sigue tratando de torcer el sentido del
movimiento, de alejar a los militantes de sus objetivos de transformación social
progresista y encaminarlos hacia otros terrenos. Las posibilidades de éxito de
este complot son altas si el movimiento en su conjunto fracasa en la
construcción de convergencias entre sus diferentes componentes, en la
identificación de objetivos estratégicos comunes y en la invención de formas de
organización y acción efectivas. Hay ejemplos de este fracaso en Filipinas e
Indonesia, por ejemplo. Es interesante señalar aquí que nuestros
bloggers, que se expresan en inglés en vez de árabe, lanzados en defensa
de la democracia a la americana, exponen con frecuencia argumentos de
legitimación de los Hermanos Musulmanes.
La llamada a la protesta que hicieron los tres componentes activos del
movimiento captó rápidamente los oídos de todo el pueblo egipcio. La represión,
de una violencia extrema los primeros días (más de un millar de muertos) no
desanimó a los jóvenes y sus aliados (que en ningún momento llamaron en su ayuda
a las potencias occidentales como hemos visto en otros lugares). Su coraje fue
el factor decisivo que llevó la protesta a todos los barrios de las ciudades,
grandes y pequeñas, y pueblos; quince millones de manifestantes de manera
permanente, durante días y días (y a veces noches). Este éxito político
fulminante tuvo sus efectos: el miedo había cambiado de bando. Hillary Clinton y
Obama descubrieron entonces que tenían que abandonar a Mubarak, a quien hasta
entonces habían apoyado, mientras que los líderes del ejército salían del
silencio, se negaban a tomar el relevo de la represión –poniendo a salvo así su
imagen– y finalmente deponían a Mubarak y a algunos de sus principales secuaces.
La generalización del movimiento a todo el pueblo egipcio es en sí misma un
reto positivo. Pues este pueblo, como todos los demás, está lejos de formar un
conjunto homogéneo. Algunos de los segmentos que lo componen refuerzan, sin
duda, la perspectiva de una radicalización posible. La entrada en la lucha de la
clase trabajadora (alrededor de 5 millones de trabajadores) puede ser decisiva.
Los trabajadores en lucha en las numerosas huelgas han hecho avanzar las formas
de organización iniciadas en 2007.
Frente al movimiento democrático, el bloque reaccionario
Al igual que en el pasado período de crecimiento de las luchas, el movimiento
democrático antiimperialista y social se enfrenta en Egipto a un bloque
reaccionario de gran poder. Este bloque puede identificarse en términos de sus
componentes sociales (de clases, obviamente), pero también debe identificarse en
relación con los que definen sus medios de acción política y el discurso
ideológico al servicio de dicha acción.
En términos sociales, el bloque reaccionario está dirigido por la burguesía
egipcia en su conjunto. Las formas de acumulación dependiente de los últimos 40
años han propiciado la aparición de una burguesía rica, beneficiaria exclusiva
de la desigualdad escandalosa que acompaña a este modelo liberal-globalizado. Se
trata de decenas de miles no de empresarios creativos –como el discurso del
Banco Mundial los presenta– sino de millonarios y multimillonarios que deben su
fortuna, todos ellos, a su connivencia con el aparato político (la corrupción es
un componente orgánico del sistema). Esta burguesía compradora (en el actual
lenguaje político de Egipto la gente los llama parásitos corruptos) apoya
activamente la inclusión de Egipto en la globalización imperialista
contemporánea y es aliada incondicional de Estados Unidos.
Esta burguesía tiene en sus filas a muchos generales del ejército y la
policía, a civiles vinculados con el Estado y el partido gobernante (Nacional
Democrático), creado por Sadat y Mubarak, a religiosos (los líderes de los
Hermanos Musulmanes y los jeques de Al-Azhar, todos ellos multimillonarios).
Ciertamente, todavía hay burguesía compuesta de pequeños y medianos empresarios
activos. Pero éstos también son víctimas del sistema de extorsión creado por la
burguesía compradora, y están con frecuencia reducidos a la condición de
subcontratistas dominados por los monopolios locales, que a su vez son correas
de transmisión de los monopolios extranjeros. En el sector de la construcción
hay un principio casi universal: los «grandes» consiguen las adjudicaciones de
obras, que luego subcontratan a los «pequeños». Esta burguesía de empresarios
emprendedores ve con verdadera simpatía el movimiento democrático.
La vertiente rural del bloque reaccionario no es menos importante. Se compone
de campesinos ricos que han sido los principales beneficiarios de la reforma
agraria nasserista, y que sustituyeron a la antigua clase de los grandes
terratenientes. Las cooperativas agrícolas creadas por el régimen nasserista
asociaban a los pequeños agricultores y los campesinos ricos, con un
funcionamiento que beneficiaba principalmente a éstos. Sin embargo, el régimen
tomaba medidas para limitar los posibles perjuicios a los pequeños agricultores.
Más tarde, estas medidas fueron abandonadas por Sadat y Mubarak, por
recomendación del Banco Mundial, y el campesinado rico aceleró la desaparición
de los pequeños agricultores. Los campesinos ricos siempre han sido una clase
reaccionaria en el moderno Egipto, y ahora lo son más que nunca. También son el
apoyo principal del Islam conservador en el campo y, a través de su estrecha
relación (a menudo familiar) con los representantes del aparato del Estado y la
religión, (Al Azhar es el equivalente de una iglesia musulmana organizada)
dominan la vida social rural. Además gran parte de las clases medias urbanas (no
sólo los oficiales del ejército y la policía, sino también los tecnócratas y
profesionales) han surgido directamente del campesinado rico.
Este bloque social reaccionario dispone de instrumentos políticos a su
servicio: el ejército y la policía, las instituciones del Estado, un partido
político privilegiado –el Partido Nacional Democrático, creado por Sadat, y
partido único de facto–, el aparato religioso (con su centro en Al Azhar) y las
corrientes del Islam político (los Hermanos Musulmanes y los salafistas).
La ayuda militar concedida por Estados Unidos al ejército egipcio (1.500
millones de dólares anuales) nunca estuvo destinada a fortalecer la capacidad
defensiva del país, sino, al contrario, a aniquilar este peligro mediante la
corrupción sistemática, no sólo conocida y tolerada sino también apoyada de
manera positiva, con auténtico cinismo. Esta supuesta ayuda ha permitido a los
oficiales de más alto rango apropiarse de grandes sectores de la economía
egipcia compradora, hasta el punto de que en Egipto se habla de la sociedad
anónima-militar (Sharika al geish). El mando del ejército que ha tomado
la responsabilidad de dirigir el período de transición no es por lo tanto
neutral, aunque haya tomado la precaución de parecerlo, al desvincularse de la
represión. El gobierno civil a sus órdenes (cuyos miembros han sido nombrados
por el alto mando), integrado en parte por hombres del antiguo régimen elegidos
entre las personas de más bajo perfil, ha tomado una serie de medidas
perfectamente reaccionarias para frenar la radicalización del movimiento.
La «Primavera Árabe» se inscribe en esta realidad. Se trata de revoluciones
sociales potencialmente portadoras de la cristalización de alternativas que
pueden inscribirse a largo plazo en la perspectiva socialista. Es la razón por
la cual el sistema capitalista, el capital de los monopolios dominantes a escala
mundial, no puede tolerar el desarrollo de esos movimientos. Dicho sistema
movilizará todos los medios posibles de desestabilización, desde las presiones
económicas y financieras hasta la amenaza militar. Apoyará, según las
circunstancias, bien las falsas alternativas fascistas o pseudofascistas o bien
la implantación dictaduras militares. No hay que creer una palabra de lo que
dice Obama. Obama es Bush pero con otro lenguaje. Hay una duplicidad permanente
en el lenguaje de los dirigentes de la tríada imperialista (Estados Unidos,
Europa occidental, Japón).
La revolución tunecina dio el pistoletazo de salida y ciertamente envalentonó
mucho a los egipcios. Por otra parte el movimiento tunecino cuenta con una
auténtica ventaja: el «semilaicismo» implantado por Burguiba sin duda no podrá
ser cuestionado por los islamistas que regresan de su exilio en Gran Bretaña.
Aunque al mismo tiempo el movimiento tunecino no parece estar en condiciones de
cuestionar el modelo de desarrollo extravertido inscrito en la globalización
capitalista liberal.
Libia no es Túnez ni Egipto. El bloque en el poder (Gadafi) y las fuerzas que
combaten contra él no tienen ninguna analogía con lo que hay en Túnez y en
Egipto. Gadafi siempre ha sido un títere cuyo pensamiento encuentra su reflejo
en su famoso Libro Verde. Al actuar en una sociedad todavía arcaica,
Gadafi podía permitirse discursos –sin gran alcance real- sucesivamente
«nacionalistas y socialistas» y después, al día siguiente, adherirse al
«liberalismo». Lo hizo «¡para complacer a los occidentales!», como si la
elección del liberalismo no tuviera efectos en la sociedad. Sin embargo los tuvo
y en general agravó las dificultades sociales para la mayoría. Entonces ya
estaban dadas las condiciones para la explosión que conocemos, inmediatamente
aprovechada por el Islam político del país y los regionalismos. Porque Libia
nunca existió realmente como nación. Es una región geográfica que separa el
Magreb y el Mashreq.
Los componentes de la revuelta en Siria hasta ahora no han dado a conocer sus
programas. Sin duda la deriva del régimen baasista, alineado al neoliberalismo y
singularmente pasivo frente a la ocupación del Golán por parte de Israel, está
en el origen de la explosión popular. Pero no hay que excluir la intervención de
la CIA: se habla de grupos que han penetrado en Deraa procedentes de la vecina
Jordania. La movilización de los Hermanos Musulmanes, que ya estuvieron hace
años en el origen de las insurrecciones de Hama y de Homs, quizá no es extraña
al complot de Washington, que se dedica a acabar con la alianza Siria/Irán,
esencial para el apoyo de Hizbulá en Líbano y de Hamás en Gaza.
En Yemen la unidad se construyó sobre la derrota de las fuerzas progresistas
que habían gobernado el sur del país. ¿El movimiento se rendirá ante esas
fuerzas? Por esta razón se comprenden las dudas de Washington y del Golfo. En Barhéin la revuelta ha abortado por la intervención del ejército saudí y
la masacre, sin que los medios de comunicación dominantes hayan encontrado nada
que decir.
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